La enorme serpiente estaba tomando vuelo para lanzarse y atravesar aquella pared de agua y residuos que el ciclón levantaba, para llegar al centro y derribar lo que sea que estuviera creándolo. En cuanto Ascensorem lo notó, se dio cuenta de que era una locura, intentar romper una pared con metros de grueso muro acuático no era buena idea.
Aprovechó el viaje hasta unos metros antes del fenómeno y se soltó de aquellos huesos mientras la serpiente saltaba a la superficie. Se clavó en el agua y se dio vuelta para ver si su transporte tenía éxito, pero no lo tuvo, en cuanto pegó en el ciclón cayó como muerta del golpe hacia el fondo del mar, dando compañía a aquel calamar oscuro que también había intentado atravesarlo.
El halcón la vio sumergirse, un panorama aterrador. Mientras más nadaba, se daba cuenta de que la corriente comenzaba a humedecer sus alas, limpiando el impermeable y descubriendo su magnífico plumaje de esmeralda. Se sentía un poco más ligero, pero expuesto.
Estuvo nadando al menos una docena de metros para llegar al ojo del ciclón, y cuando llegó, comenzó a ver desde abajo del agua un punto brillante, como si una estrella pequeña estuviese creando todo ese caos; mientras más se acercaba se alcanzaba a notar una clase de cuerpo, la luz era solo una joya, y el individuo no era tan grande como lo imaginaba, al contrario, tenía casi su tamaño. ¿Cómo es que algo tan pequeño pudiese crear algo tan inmenso?
Quieto, justo debajo del sujeto, la corriente de agua ya no era tan fuerte, podía ver con más claridad e inclusive ya no tenía que estar esquivando objetos. Ascensorem creyó que sería más sencillo, hasta que sus alas empapadas comenzaron a pesarle, ya no podía mantenerse estable. Intentó acercarse a la superficie extendiendo una de sus alas, pero por accidente le rozó un pie al sujeto del collar brillante.
Este, al sentir un toque en el pie izquierdo, lo apartó y miró hacia abajo, alzó una ceja curioso de lo que lo había alcanzado. Una vez más vio el ala de Ascensorem intentando llegar a la superficie sin ahogarse primero. La tomó. La jaló hacia sí como alguien que intenta levantar a otra persona. Ascensorem se dio cuenta de ello y aceptó la ayuda hasta que estaba parado en una superficie hecha de agua.
—No es el mejor lugar para dar un paseo, ¿o sí? —dijo el sujeto.
Sorprendido de la ayuda y de que no se defendiera, Ascensorem volteó a mirarlo, apenado de sus planes de captura. No supo qué decir.
—Entiendo. Vienes a detener lo que crees que estoy haciendo. Me vendría bien un poco de compañía —siguió la criatura mientras sujetaba unas cuerdas de agua como si fueran las correas de un par de caballos desesperados. —Intentas destruir las flotas que se te acerquen. —Dicho así ya no tenía mucho sentido. —No. No es así. Intento capturar este ciclón. —¡Capturarlo!
La criatura asintió con la cabeza. No parecía tener malas intenciones y, aunque fuese una locura «capturar un ciclón», no parecía estar mintiendo, el gesto que exponía no denotaba burla o una broma.
No tenía una apariencia muy definida, solo se distinguía una gabardina militar que le llegaba justo por debajo de las rodillas, tenía las mangas largas recogidas por encima de los codos, pero fuera de esa prenda, parecía un cuerpo hecho de una especie de humo, similar al tenebris. Incluso la luz de su collar traspasaba sus brazos descubiertos y su cabeza, de la cual nacía una larga cabellera que se agitaba intensamente con el viento.
—¡Entonces es cierto, las criaturas que capturan fenómenos naturales existen! —dijo aquel individuo intentando llamar la atención de Ascensorem, quien parecía perdido. —Y también leen pensamientos.
La criatura negó con la cabeza. Continuaron hablando en voz alta dentro de la tormenta.
—¿Cómo debo llamarte, «Cazador»? —Soy Hans Monterrojo, de la especie Silhouette, de la clase de los Cazadores de Fenómenos. ¿Tú quién eres y por qué estás aquí? —preguntó con amabilidad. —Vaya presentación, me lo preguntas como si no tuvieras dificultades en este momento con el ciclón que nos rodea. —Ya tengo experiencia, esto es lo mío, no parece que tú puedas ir a algún lado y detesto los silencios incómodos. —Soy Ascensorem, halcón nacido en el País Escarlata y he venido… a capturarte. —Pues parece que no tienes mucha ventaja, Ascensorem del País Escarlata. ¿Por qué quieres capturarme? —Debo un favor a alguien que no es muy amable, un Capitán que no está muy feliz por lo que estás haciendo en esta parte de su territorio marino.
Del collar de Hans salieron decenas de arpones de luz y se plantaron en la pared del ciclón, comenzaron a succionar toda el agua y toda la intensidad de aquel fenómeno.
—¿Te refieres a los barcos que están fuera del ciclón? —Ascensorem asintió—. Entonces podemos darles algo para que ya no te molesten.
Hans agitó su brazo creando y dando uso a un látigo de agua, que por fuera del ciclón creció exponencialmente como una extensión del mismo, parecido a un torbellino enorme que, llegando hasta los barcos, destruyó el del Capitán Domein, de proa a popa, advirtiendo y dejando el otro intacto para que pudiesen huir en él.
—Parece que a quien le debes un favor es a mí, no te angusties, no lo cobraré —concluyó Hans.
Pasaron un par de horas más y el ciclón comenzó a perder fuerza, mientras que Ascensorem se dio cuenta de que Domein lo había enviado con una de sus ballestas, por si el ser que controlaba el ciclón era intangible. La otra se quedó como garantía de su regreso. Por un lado pensó que probablemente el Capitán ya lo había averiguado, por otro, por fin comenzaba a entender lo «especiales» que eran sus armas.
Las paredes de agua se hacían cristalinas y los rayos de la tormenta se reducían. El caos del lugar perdió su equilibrio natural y, en vez de caer al mar, era aspirado por el collar de Hans, hasta que el fenómeno desapareció por completo y el par de criaturas quedó flotando en la misma plataforma de agua.
Se miraron uno al otro, voltearon al horizonte y el barco sobrante ya no estaba. Hans volteó adonde estaba su invitado y estrecharon la mano.
Mientras avanzaban al lado contrario, hubo turbulencia en el agua, lo primero que vieron salir del mar fue a Raldo, quien sostenía la otra ballesta de Ascensorem, que inmediatamente disparó una flecha que se clavó en la pierna de Hans, volviéndolo tangible y vulnerable, de una forma humana.
Ascensorem se puso en defensa de su amigo sangrante, pero salió disparado un guardia por detrás —que casi le duplicaba el tamaño— y, antes de que el halcón volteara por completo, fue noqueado con el mango de una daga. La plataforma de agua desapareció y, con esto, Hans y el halcón comenzaron a hundirse. De pronto, la serpiente gigante que sirvió de transporte a Ascensorem los capturó dentro de su boca. Raldo y el otro guardia la montaron.