Salieron por una ventanilla de los domos traseros, desde ahí se veía toda la Capital. Se estabilizaron y miraron su objetivo.
El techo del castillo estaba repleto de domos de diferentes tamaños y con vitrales de colores. En el principal estaba la bruja, con una especie de vestido negro, con mangas cortas y un escote, dejando descubierto su pecho huesudo. Su piel grisácea seguía llena de grietas rojizas, su cabeza seguía expulsando el calor de la Piedra Viva, ahora más humeante que nunca. Estaba de espaldas, levantando una vara con su mano derecha, invocando todo el poder que contenía.
Encima de ella estaba la tormenta de arena, varias corrientes de viento rodeaban el castillo y derrumbaban las torres. Justo enfrente del Caballero rojo, yacía el tornado más grande de todos, conformado por varios brazos de torbellinos intensos, la cola de la bestia ni siquiera se veía desde arriba porque llegaba hasta el piso como la cola de un gusano. Su rostro no estaba claro, pero de vez en cuando las cortinas de arena se abrían para sacar un ojo gigante de carne, mal formado y tenso, siempre mirando al Caballero Rojo.
La tormenta se intensificaba sobre ellos y los esclavos que escalaban el castillo para llegar a los intrusos, eran derribados por el viento. Dentro de la misma arena, sin importar el origen ni la dirección, nacían rayos violetas que destruían lo que tocaban. Cuando pegaban en la ciudad, una parte de ella se veía electrificada y los esclavos del ídolo que estaban ahí no podían resistirlo y morían al instante.
—¿Ya viste su ojo? —dijo Aran a Ascensorem, luego de ocultarse en el domo del que salieron. —Lo veo, parece que se desarrolló o algo parecido. —¿«Algo parecido»? ¿No pasó lo mismo en el Mar de Scelus con aquel huracán? —No. Hans me contó que las criaturas se desarrollan de acuerdo a la intensidad de los rituales que se hacen en el lugar, así el castigo de la tierra será conforme a los pecados de los habitantes. —Entonces parece que el Caballero Rojo cruzó los límites. Ahora mismo le sería útil un Cazador de Fenómenos como tu amigo.
Ascensorem se quedó pensando en esto último. Luego miró a lo lejos con sus ojos de halcón, vio todos los cuerpos que los rayos habían dejado incinerados, cada vez caían más cerca.
—De acuerdo. Necesitamos quitarle la Piedra Viva al Caballero Rojo, pero sin que la bestia nos ataque. —¿Y cómo sugieres que hagamos eso? —Tendremos que confiar en que el tornado no se deshaga de nosotros, en que está tan aferrado a la bruja que ni siquiera nos haga caso. —Eso es aún peor que intentar hablar con esa cosa. —Es lo que tenemos. Y ella no sabe que estamos aquí, cuando entremos apunta tu lanza directo a su pecho. Si no lo logras, yo atacaré con mis plumas.
Callaron y trataron de pensar en algo mejor, pero no había forma. En un instante todo se calmó, la tormenta, el ruido y los rayos. Ambos se asomaron por una orilla del domo y miraron cómo la bruja tenía las manos extendidas hacia el ojo de la bestia, formando círculos en el aire. Entre el Caballero rojo y el tornado había una especie de pesadez, se notaba cómo todo iba más lento y el ojo tenso de la bestia miraba perdidamente hacia ella.
Era ahora o nunca. La princesa saltó de uno a otro domo hasta llegar a la bruja. Pero al impulsarse apuntándole con la lanza, el único y gran ojo de la bestia volteó a mirarla y con ello el Caballero Rojo se dio cuenta. Giró y la detuvo con hipnosis, dejándola flotando en una especie de trance.
Ascensorem no podía arriesgarse a que la bruja esquivara sus plumas, por lo tanto voló hacia ella y la tacleó por la espalda. Ambos cayeron del domo principal y se levantaron de inmediato.
El Caballero Rojo trató de recuperar a la bestia y a Aran, pero ya era demasiado tarde, ambos estaban despertando, incluso la tormenta de arena y los rayos. La princesa recuperó su lanza y el halcón esquivaba las ondas que la bruja le disparaba con los brazos, nacidos desde donde estaba la Piedra Viva.
No esperaba que dos individuos la atacaran en ese momento, mucho menos con la bestia encima, a la cual recordó y giró para verla con el rostro anonadado: la tormenta de arena cada vez tomaba una forma más definida, aunque su naturaleza continuaba conformándose por tornados gigantescos.
Aran intentaba clavar su lanza contra la piel grisácea y agrietada del Caballero Rojo, pero no lo lograba; el halcón tenía problemas para estabilizar su vuelo por el viento, si se elevaba demasiado le costaba trabajo mirar a través de la tormenta de arena.
La bestia enfocó los siguientes torbellinos adonde estaba la bruja, logrando desestabilizarla, pero aun así parecía tener todo bajo control; de vez en cuando las grietas de su cuerpo brillaban con mayor intensidad y la fumarola de su cabeza era azotada por las corrientes que atraía el ambiente.
Después del ataque fallido de la bestia al Caballero Rojo, Ascensorem analizó todo y luego se acercó lo más que pudo a Aran y la alejó un momento de la situación, hablándole fuerte para hacerse escuchar dentro de toda la arena.
—¡La bestia no nos ataca a nosotros! —¿Estás seguro? —¡Si la atacamos cuando pierda la estabilidad por los torbellinos probablemente logremos derribarla, y podríamos aprovechar para sacarle la Piedra Viva!
Aran asintió. Esperaron a que la bestia iniciara una vez más un ataque con la fuerza de los vientos, cada uno se colocó de un lado de la bruja y, al verla inestable, Ascensorem voló en picada contra ella, pero antes de llegar la bestia incrementó la potencia del viento y el halcón no pudo resistirlo, fue lanzado hasta romper uno de los domos y caer dentro del salón principal.
La princesa trató de llegar de una manera más sigilosa, se escabulló entre los domos y detrás de las bardas de la azotea del castillo, siempre ocultándose de la mirada de su adversaria.
La bruja estuvo a punto de verla, pero Ascensorem llegó para distraerla. Aran saltó al momento justo de apuñalarla con su lanza. Llegó a ella y logró enterrarla en su costado izquierdo. El Caballero Rojo rugió como si en sus pulmones se encontrara un profundo abismo. La princesa desenterró su lanza al instante y se escabulló antes de que pudiese ser aprehendida.
—¡Quién eres tú! —gritó con la misma voz de abismo. Volteó y con las dos manos en alto, contuvo con su poder un par de rayos que estuvieron a punto de caer sobre ella y los desvió a una de las torres, electrificándola y provocando su explosión violeta.
Ascensorem y Aran se sorprendieron. Nunca creyeron que les dirigiría la palabra, no sabían que pudiese.
—¡Soy la princesa Aran, hija del Khalfani! —contestó y la euforia la hizo tomar una decisión: atacar a la bruja con toda su habilidad para manejar su lanza.
El Caballero Rojo sangraba una especie de lava por su herida reciente, que más que ello parecía solo una grieta más grande. Al venir de la próxima Khalfani, la bruja miró directamente a sus ojos y le transmitió temor, inseguridad.
Cuando Aran la sintió, dudó por un momento en su último movimiento y la bruja sacó de su herida un poco de fuego con sus dos manos, con una tomó del cuello a la princesa y con la otra presionó su casco de Rinoceronte Negro, hasta romperlo y herir su rostro; finalmente colocó su mano grisácea en el pecho de Aran hasta romper su coraza y llegar a la piel, donde comenzó a quemar mientras ella gritaba.
Ascensorem salió del salón principal con la decisión de terminar con ella. Su pico iba delante y sus alas se agitaban contra la corriente; casi lo lograba, pero la bestia se había preparado para desatar sobre su enemiga tres de sus más grandes torbellinos, y cuando cayeron sobre el castillo, los únicos que habían recibido el golpe habían sido Aran y Ascensorem, la bruja permanecía en la punta del domo principal.
La mitad de la parte trasera del techo del castillo había sido destruida, y sus muros habían sido debilitados. Desde ahí se podía alcanzar a ver a Raldo, quien desde el otro lado continuaba resistiendo, sudando y temblando por el cansancio de sus brazos; Aran había caído al salón principal, y Ascensorem había quedado en la orilla del techo aturdido y adolorido. Por un momento toda la ventisca se expandió hasta dejar unos momentos de paz, luego regresó la tormenta.
—A ti te conozco, forastero.
—Detesto ese apodo. No me digas que eres Domein encerrado en ese cuerpo tan asqueroso —respondió Ascensorem, tratando de recuperarse. —Qué absurdo. El arácnido solo fue una herramienta que dejó de servir. —¿Sabes? Si no hubieras mandado a matarnos a mí y al Cazador de Fenómenos, probablemente ya habrías acabado con esta bestia. —Tu compañero solo era un contratiempo, con prisma o sin él. —La bruja ya se había relajado y había colocado sus manos detrás de la espalda; su voz, aunque no gritaba, resonaba por todo el lugar. Ascensorem había visto la lanza de su amiga atorada en una grieta, abajo del mismo muro sobre el que estaba. —¿Por qué «Caballero Rojo»? Si hubiera sido tú, habría escogido algo más adecuado. —Después de mi desgracia en el Reino de los Cometas, tuve que cambiar de nombre. —Vaya… Entonces es cierto que vienes de allá arriba…
Detrás de la bruja, se comenzaban a formar una vez más los torbellinos, el tornado principal de la bestia y el único ojo que tenía.
—Mi conocimiento no podría venir de un lugar como este. —¡Y por qué no te quedaste allá arriba! —Nunca soporté sus políticas y sus límites, nunca comprendieron mis planes para el futuro. Pudiendo ser como los Ángeles de la Era de Hielo y crear mundos con sus manos, decidieron conformarse con órdenes, políticas y obediencia. —En su defensa, he escuchado que el Reino de los Cometas es increíble…
Ascensorem miró más allá de la bruja y la bestia abría su ojo justo detrás de ella. Al mirarla, su ira incrementó, el lugar se oscureció y las nubes se condensaron, la tormenta de arena tomó lugar solo en el castillo de la Capital de Terra, formando una clase de tornado con la intensidad de un huracán, solo con viento y arena, concentrando todos los rayos violetas dentro de sí.
Al ver esto, el Caballero Rojo miró hacia atrás, frente a ella tenía el ojo gigante y verde de la bestia, quien había incrementado su tamaño y la densidad de su cuerpo. El halcón, aún recostado, rodó y se tiró del techo del castillo sin hacer ruido.
La bruja cerró los ojos y usó su concentración para elevarse. Las ondas que provocaba su poder debilitaron aún más la estructura del domo principal sobre el que estaba, en sus brazos comenzó a acumular la potencia de un volcán que hacía brillar aún más sus grietas, como si su cuerpo fuera el almacén de lava incandescente. La Piedra Viva de su pecho era lo que más se hacía notar.
La bestia incrementó su tamaño y también su consciencia, evolucionaba. Al ver que su adversario acumulaba poder dentro de sí, formó uno de sus brazos con corrientes de aire y arena, lo sacudió hasta que su densidad y su magnitud fueron lo suficiente como para subir hasta el cielo, tomar uno de los rayos violetas y concentrarlo en un solo punto: el Caballero Rojo.
Al estar elevada en el aire y conteniendo el poder de una Piedra Viva, esta lo absorbió por completo con éxito, pero su cuerpo de carne y hueso no habían soportado la energía del rayo, por lo que sus manos se derretían y eran atraídas por la fuerza de gravedad, quedando en el suelo como simples gotas de lava.
Ascensorem apareció en un lateral del castillo, elevándose con la lanza luminosa de Aran, tomándola desde la mitad con las dos garras y apuntándola al pecho de su enemiga, provocando una estela tras su trayectoria. Descendió y la punta del arma dio en su objetivo, el halcón procuró no tocar el cuerpo de la bruja, que claramente se estaba descomponiendo en líquido.
El gran domo terminó de quebrarse, dejándolos entrar al salón principal donde se encontraba Raldo, casi por rendirse ante el gran portón de metal. Del otro lado estaba la princesa, inconsciente y malherida. En cuanto el Caballero Rojo tocó el suelo, Ascensorem extendió sus alas para planear y no caer sobre ella y quemarse, descendió cerca de Aran.
—¡Ahhhhhh!
Al principio el cuerpo de la bruja se había desfigurado, agonizaba y, al intentar levantarse, solo se vio un cuerpo inestable de lava y fuego, sin piel y aún con la fumarola en su cabeza. De alguna forma la Piedra Viva seguía atada a su pecho como una gran joya. Ascensorem observaba y se acercaba lentamente con su lanza.
En ese momento la bruja había perdido el control de sí, solo podía realizar algunos movimientos, como lanzarle con lo que le quedaban de manos salpicaduras al halcón, quien las esquivaba fácilmente. Ascensorem extendió la lanza de Aran hacia el pecho de la bruja, para intentar quitarle la fuente de poder a su adversaria, que más que temerosa, ahora se veía lamentable. El ojo de la bestia observaba por el agujero que había dejado el gran domo.
Lo que quedaba del Caballero Rojo empezó a gritar de desesperación y miró a Raldo del otro lado, sosteniendo el portón que impedía a sus súbditos entrar a ayudarla. Hizo lo que pudo y salpicó las piernas de Raldo con su lava y este gritó del dolor.
—¡Raldo! —Ascensorem trató de llegar adonde estaba, pero las piernas de su amigo desfallecieron y los polines estaban a punto de quebrarse.
Raldo miró adonde estaba la princesa y luego miró a Ascensorem, sabía que su próxima decisión le costaría la vida. Ascensorem y él se miraron a los ojos por unos segundos. El halcón le hizo señas de que no lo hiciera, pero se dio por vencido. Los polines se partieron a la mitad y ambas puertas lo tiraron. El halcón no pudo ver más y se apresuró a llegar hasta donde estaba la princesa, la cargó con sus garras y se elevó por el agujero del techo, escapando del lugar.
Mientras se alejaban, la bestia hundió uno de sus brazos de torbellino y arena en el castillo, enfocando su fuerza en el hoyo del gran domo, justo donde estaba la bruja. La mayoría de los muros del salón principal fueron derrumbados por la intensidad del viento. Todos los esclavos que habían entrado salieron disparados por los lados.
Después de unos segundos, el aire y la arena tornaron a un estado sólido. El poder de la Piedra Viva y el fuego que consumía a la bruja recorrieron todo el brazo del fenómeno natural y, pronto, todo su cuerpo. Los demás brazos, la cola y el ojo gigante que tenía, se cristalizaron formando la perfecta estatua de una bestia de vidrio.
El ojo quedó congelado y la bruja quedó atrapada dentro del cristal transparente, por lo que se podía observar la agonía que sufrió en ese momento, en su pecho aún se veía la Piedra Viva, brillando en tonos rojos y anaranjados, pero atrapada dentro del muro impenetrable y cristalino. Al menos un centenar de esclavos también quedaron congelados alrededor del castillo, cayendo o tratando de escalar la pared.