Al amanecer, los habitantes del Reino de Sombras permanecen en el humo para salir lo menos posible de su refugio: la oscuridad; los monstruos de este lugar tienen mayor poder mientras están en su hábitat natural, por lo tanto, las puestas de soles no son apreciadas.
Hay criaturas cuya especie les permite mantenerse despiertos por largo tiempo, esta es la del Capitán Domein. Gracias a sus métodos crueles se ha ganado la autoridad y el respeto tanto de sus esclavos como de otros líderes de Scelus, se ha convertido en el Capitán más temerario y fuerte del lugar.
—¡Ya es hora, búho! —gritó Domein hacia la tienda de Ascensorem. —Soy un halcón, ¿no lo hablamos ayer? —murmuró antes de que alguien se acercara. Entró Raldo, un ser pelón, blanco y corpulento de carne y hueso, con dos brazos grandes y dos más pequeños justo debajo, dos piernas, una cola y vestimentas del pelaje de algún desafortunado animal; parecía ser un gran guerrero además de ser el guardia principal del Capitán—. No eres lo primero que uno quisiera ver en la mañana —concluyó el halcón. —Es hora de tu demostración, búho. Debo advertirte que si tus ballestas son falsas e intentas engañar al Capitán, eres ave muerta —contestó el guardia. —Y definitivamente no es lo primero que uno quisiera escuchar para iniciar el día.
Ascensorem tomó sus ballestas y la flecha que había preparado aquella noche. Saliendo, el Capitán lo esperaba con un grupo de criaturas esperando espectáculo.
—¿Qué es todo esto, Domein? —dijo inflando el pecho y mirando a su alrededor. —Dejaré pasar el hecho de que no me llames por mi título, estoy ansioso de que demuestres la veracidad de tus ballestas. —Bien, dime, ¿dónde está el blanco?
El Capitán miró a Raldo y este dio la orden, los esclavos que estaban detrás dejaron pasar una criatura. Por un momento Ascensorem comenzó a temblar, creyó que su pesadilla por fin se haría realidad, que aparecería un horrible Dragón de Quetzal tan corrompido como su bisabuelo.
Suspiró. Las criaturas que estaban cerca lo escucharon y pensaron que lo había hecho por la temible criatura, pero en realidad él estaba aliviado por su equivocación.
Solo esperaba que no fuera algún ser acuático que despintara sus plumas de esmeralda dejándolo descubierto, mucho menos ahí, tan lejos de la frontera, tan apartado de la salida del Reino de Sombras. A diferencia del sueño tenía sus ballestas, una de ellas cargada con la flecha, un solo tiro que podía usar para cambiar aquel momento previsto en su sueño. Lamentó no haber pedido más huesos.
La criatura: intangible, un tenebris que se había dedicado a peleas callejeras sacando provecho de su naturaleza fantasmal y de su capacidad de perderse en el humo, se acercaba para atacar, lenta y sigilosamente entre la neblina que lo hacía casi invisible. Era como un puñado de humo sin forma y con un par de esferas negras que tenía por ojos, con la habilidad de convertirse en un ser tangible como cualquiera si así lo deseara.
El halcón guardó en su espalda la ballesta sin flecha y con la cargada, sudando en frío, apuntó hacia aquella oscuridad sin lograr ver a su enemigo.
Dio unos pasos hacia atrás hasta esconderse en su tienda, jugando a lo mismo que su contrincante, pero una vez que llegó al centro, la niebla que se veía a través de la entrada se disipó y, al fondo, solo se veía que el público miraba hacia arriba. Ascensorem se percató de eso y apuntó hacia el techo. Esperó unos segundos. No hubo ruido alguno. Intentó concentrarse en las sombras que se veían a través de la tela.
—¡Verás, halcón, una de las particularidades de las Ballestas de Quetzal es que pueden tocar lo que es intangible para nosotros!… —gritaba el Capitán Domein desde su lugar—. ¡Se podría decir que sus flechas pueden tocar el «mundo espiritual», o como lo quieras llamar, por eso es difícil hallarlas! ¡Así que si tus ballestas son auténticas, espero que tengas buena puntería, no querrás desperdiciar tu único tiro! —Sus súbditos rieron.
Ascensorem logró calmar su respiración hasta que el tenebris cargó repentinamente la tienda completa, despegando del suelo hasta las piquetas, dejando al halcón totalmente descubierto. Todos observaban a la criatura que había crecido exponencialmente.
—«Ave muerta» —recordó los «buenos días» del guardia y en un segundo ya estaba apuntando al cielo, pronto directo a lo que parecía la cabeza del tenebris. Disparó justo hacia arriba. La flecha hizo un pequeño espectáculo al dejar el rastro fugaz de su trayectoria hasta la frente del fantasma pero, antes de que lo atravesara, el tenebris se esfumó, dejando despejado el cielo.
Antes de que el forastero se pudiera preguntar a dónde había ido su enemigo, este se reincorporó frente a él en menor tamaño y lo tomó del cuello, alzándolo y mirándolo sin ninguna expresión en los ojos. Ascensorem se sacudió pero no pudo soltarse.
—¡Entonces él sí me puede tocar pero yo a él no! —reclamó. —¡Conmigo no te quejes, búho, tú eres el de la mala puntería! —contestó el Capitán—. ¡En fin, tus Ballestas de Quetzal serán un buen trofeo!
Mientras todos se retiraban con decepción, Domein hizo señal al tenebris de que acabase con su huésped, pero él miró al cielo entrecerrando sus ojos de halcón, calculando dónde caería la flecha. Llegó al suelo y quedó clavada en vertical. Ascensorem se abalanzó con violencia sobre el tenebris sin que este lo soltara, cayendo su espalda sobre la punta de la flecha y enterrándose con facilidad.
El tenebris sintió cómo se le encajaba la flecha, sus ojos se tensaron y escupió algo de sangre fétida, mientras todo su cuerpo cambiaba su estado de humo a carne y hueso. Su forma sólida parecía un bicho enorme, con una cabeza alargada y un cuerpo plano, alas en la espalda y ocho patas a los costados.
Entonces Ascensorem con mucho cuidado puso boca abajo a la criatura para que no se le enterrara más la flecha. Se levantó. Escuchó los alaridos y la risa del Capitán y le surgieron ganas de reventarle la cabeza con una de sus plumas, pero el halcón, entrenado para mantenerse racional y precavido, solo se levantó con la frente en alto, simulando victoria seguido de una queja:
—¿Así prueba a sus comerciantes?
Ignorándolo, el Capitán le dijo al público:
—Este es nuestro cordial comerciante, mis esclavos, no es que no haya visto criaturas similares pero ninguna que en verdad tuviera las ballestas. Ahora, termina con el fracaso que sangra a tus pies, y te esperaré en mi cabaña para hablar de negocios —dijo el Capitán Domein y luego se retiró.
En lugar de asesinarlo, Ascensorem lo cargó y lo llevó a la cama de su tienda ahora deshecha. Le cosió la herida y lo dejó vendado y reposando.
Viendo Raldo lo que Ascensorem hacía, se acercó a él.
—No te esfuerces tanto con la criatura. —Si fueras tú, ¿me pedirías lo mismo? —el guardia calló—. ¿De qué hablaba Domein? —Ya han venido otros por las flechas diciendo que tenían las ballestas. Solo eran aficionados. —¿Eran? —preguntó el ave y, sin dejar contestar al guardia, siguió exaltado— Supongo que Domein no acepta tratos si los comerciantes no sobreviven. —Sarcasmo… Le vas a caer bien.
Intentando contenerse, el halcón negó con la cabeza, su ira en contra de aquel Capitán comenzaba a crecer, pero no lo demostraba, solo quería comprar las flechas e irse lo antes posible.
—¿Por qué te interesa tanto? —siguió Raldo. —No es de tu interés —repeló Ascensorem, y el guardia soltó un gruñido por aquella contestación. —Es cierto, Raldo, no te molestes con él, no nos importa saber de su vida —intervino el Capitán Domein—. Lo que nos interesa es saber por qué tarda tanto en llegar a mi oficina y cómo nos va a pagar tan preciado material. —Luego observó lo que su visitante había hecho con el tenebris. —Joyas, Capitán, le pagaré con joyas —dijo el ave. —Pero yo no quiero joyas, guerrero, de esas ya tengo bastantes, y de todos modos no valen mucho por aquí. Lo que se vende en Scelus es sangre, vida, trabajo. En este caso, un favor… —¿Qué clase de favor? —No es muy diferente al que acabas de hacer. Hay una criatura que está causando problemas en mi territorio marino y mis inútiles piratas no pueden con él. Pero estoy seguro de que con tu habilidad con aquellas ballestas te las verás fáciles. No te preocupes —miró con desprecio al herido—, tu objetivo es capturarlo. —Creí que tenía la mejor flota, Capitán —Domein gruñó—. ¿Y qué pasa si prefiero otro tipo de trato? —No hay favor, no hay flechas. Además, ya me lo debes, ave, entraste a mi territorio sin permiso, te estoy dejando vivir.
Ascensorem podía cortarle la cabeza y huir, así se libraría del Capitán y de aquella tarea que consistía en adentrarse aún más a Scelus, pero no conseguiría las flechas, así que aceptó la misión. Le dieron más aceite de dragón marino para que barnizara sus ballestas, huesos de calamar oscuro para que hiciera más flechas y las utilizara en aquella tarea de la que aún no sabía casi nada. Tardó todo el día en elaborarlas, para no tener que salir tan pronto de su tienda.