Capítulo Nueve

Una vez más, la flota solo se acercó lo más que pudo, con tal de que no fuera vencida por el viento y las gigantescas olas. Domein se retiró en su barco y los demás lo siguieron, dejando a sus súbditos en uno más sencillo. El esclavo 329 se lanzó por la borda sin dudarlo y poco a poco formó una plataforma de agua como la de Hans.

Ascensorem, en cambio, se detuvo a pensar en su compañero, quien estaba a punto de sufrir por el poder de su prisma; miró a Raldo con preocupación y este le correspondió con indiferencia, luego volteó al rincón donde se hallaba el ídolo, sin fuego, sin vida. Una vez que se aseguró de que su nuevo traje estuviese bien ajustado, emprendió el vuelo.

Cuando iban a medio camino, Ascensorem pensó en que necesitaban un plan y trató de acercarse al esclavo 329, pero este solo ignoró su propuesta y se apartó un poco. Cuando el halcón trató de insistir, ya estaban demasiado cerca y, una vez más, su nuevo compañero lo miró sin decir ni una sola palabra.

Mientras llegaban al área de peligro, Ascensorem recordó a Hans, de cómo se conocieron y de lo afortunado que fue al encontrarse con él. Ahora, por desgracia, no había un «Hans Monterrojo, de la especie Silhouette» en medio de este fenómeno.

Conforme se acercaban, la bestia volteaba para verlos, se le notaban más los ojos, que más que ojos, eran orificios verdes en un cuerpo de viento y agua. No tenía una forma definida, era inestable y solo se distinguía de toda la tormenta por ser el ciclón principal; de vez en cuando abría una boca como la mandíbula gigantesca de una ballena, y aspiraba agua para dispararla después con mayor intensidad.

Su compañero mantenía el equilibrio sobre las olas titánicas que trataban de sacudirlo. El halcón esquivaba las torres de viento y agua que le mandaba el monstruo. Cuando logró captar su atención con las flechas de su ballesta —que quedaban extrañamente pegadas a él—, el esclavo comenzó a girar alrededor del fenómeno natural.

—¡Si vas a hacer algo, es el momento! —gritó Ascensorem desde el aire, tratando de hacerse escuchar en medio de la tempestad. Cuando su compañero volteó, ya estaba llegando a la parte trasera de la bestia. Dejaron de verse.

Ascensorem seguía esquivando los torrentes de viento, que cada vez se multiplicaban más; dentro de poco se le terminarían las flechas. Pero en cuanto imaginó a la mascota de Domein huyendo del otro lado del peligro, vio una luz azul, que cubría el mar verde.

Al principio la bestia no la había sentido, hasta que, desde enfrente, se notó en sus ojos la molestia de una gran espina en su espalda: era el esclavo, quien había comenzado a clavar su red en el cuerpo del tornado para luego succionarlo. Los abismales ojos verdes desaparecieron y por un par de segundos hubo cierta calma, el ciclón comenzó a disminuir su tamaño y las redes del prisma se diluían en el viento.

Ambos sintieron alivio, no sabían si en un momento el prisma de Hans había encerrado el alma del fenómeno natural, o si había huido, realmente no importaba. Una vez que la red del esclavo entró por completo al prisma, el viento se intensificó y Ascensorem no podía mantener la estabilidad en el vuelo.

Se escuchó un rugido que retumbó hasta el barco. Una montaña de agua comenzó a crecer y crecer entre Ascensorem y el 329. La corriente aumentó y pronto se levantaron olas gigantescas formando un círculo alrededor de la bestia, cuyos ojos se abrieron del lado del esclavo. La ventisca sacudió a Ascensorem y lo hizo mirar atrás, donde la corriente marina había alcanzado al barco de Hans y lo estaba arrastrando hacia el monstruo.

Cuando el halcón logró estabilizar su vuelo, observó lo que tenía enfrente, una montaña de agua mucho más grande que el Castillo Escarlata. Para lograr ver a su compañero, comenzó a rodear. Lo vio minúsculo. El monstruo se había enfocado en él. Abrió una boca digna de su tamaño y rugió, esta vez más tiempo y más fuerte; ensordecido, Ascensorem vio desde lejos cómo toda ese agua contenida abrió la boca y cayó por completo sobre el esclavo, devorándolo y desapareciéndolo.

Al ver que la bestia se había ido, Ascensorem esperó calma, pero en lugar de eso la corriente seguía con la misma intensidad. Volteó con preocupación y se dirigió al barco, que seguía acercándose. Llegó e inmediatamente entró a las celdas, donde Hans estaba inconsciente.

—Hace rato estaba agonizando —dijo Raldo al entrar. —¿Y no pudiste al menos pasarlo a la camilla? Dile a alguien que le traiga agua y pásenlo a un sitio donde recostar su cabeza. —¡Crees que tú me mandas! —Pero Ascensorem no respondió ante su indiferencia. —El esclavo 329… —Todos vimos cómo se lo tragó la bestia. No es bueno que estemos aquí. —Tal vez el collar haya sobrevivido… —No irás por esa cosa. —Escucha. Si no voy por él, Hans morirá mientras nos alejamos. —Hans ya es hombre muerto. Si no nos vamos y la bestia resurge de donde sea, mi Capitán se molestará por un barco perdido… Lo siento, halcón.

Raldo habló con miedo, subió las escaleras y abrió la puerta para salir de las celdas, Ascensorem lo empujó y salió del barco volando con Hans en sus patas. El guardia principal estuvo a punto de ordenar que regresaran a capturarlos, pero calló de terror al ver que la bestia se estaba volviendo a formar en el agua. Enseguida dio la orden de ir en contra de la corriente que aún arrastraba el barco.

Ascensorem subió lo más que pudo mientras cargaba a Hans, quien aún no abría los ojos. Trató de calcular el punto donde el esclavo 329 fue devorado y se lanzó en picada a la orilla del monstruo que estaba resurgiendo.

Antes de sumergirse cubrió a Hans con sus alas de Halcón de Quetzal y pensó en cómo encontrar el prisma de su amigo y si el cuerpo del esclavo había desaparecido. Para nadar más rápido tuvo que soltarlo. Se dirigió a la zona más profunda, sin pensar en que el oxígeno no lo alcanzaría. Vio un cuerpo a unos metros de su derecha. Cuando lo volteó vio al esclavo destrozado y, en su cuello, el prisma brillante.

Estaba comenzando a perder la conciencia, a soltar el aire que aún le quedaba. Cuando llegó con Hans, aún debajo del agua, ya tenía la vista borrosa y le costó trabajo ponerle el collar. Lo logró y usó sus últimas fuerzas para nadar a la superficie, donde la bestia estaba desatando la tormenta otra vez.

Casi al llegar, Ascensorem dejó de sentir el peso de Hans. Volteó y no vio nada. Salió del agua a tomar un gran respiro y se sumergió otra vez. Ni el brillo del collar, ni el cuerpo de su amigo. Siguió nadando a lo profundo y luego toda el agua se iluminó como si hubiera salido el sol.

A lo lejos, fuera de peligro, Raldo notó el destello y meditó un par de segundos. Ordenó a todos que regresaran. Ascensorem siguió luchando contra las corrientes marinas para poder salir de ahí, y al hacerlo, vio a su amigo en su forma de humo cerca del agua, cazando al fenómeno con la fuerza de un ciclón. Del otro lado Raldo se aproximaba rápido con la otra ballesta del halcón, si no huían ahora los capturarían de nuevo.

Ascensorem se acercó lo más que pudo a Hans y la tormenta se intensificó.

—¡Hans! ¡Déjalo y vámonos! —¡No! ¡Esta es la prueba final! —¡Qué! ¡Si nos quedamos nos capturan de nuevo! —¡No lo vas a entender! ¡Solo así seré lo suficientemente bueno para ellos! —¿Para los Cazadores?

Hans no dijo nada más, solo vio al halcón confundido y regresó a lo suyo. Por otro lado, Ascensorem al fin comprendía la verdadera razón de su amigo para visitar un lugar tan horrible, y no lo dejaría solo.

Pensó en cómo podría deshacerse del barco y en que, a pesar de todo, no quería causarle daño a Raldo, quien solo era una víctima más de la oscuridad del territorio, pero no tenía opción. Se acercó aún más a Hans e intentó mantener su vuelo estable.

—¿Puedes hacer lo mismo del otro día con el fenómeno y el barco? —¡No lo sé! ¡Nunca había cazado algo así! —¡Inténtalo! ¡Ya están muy cerca!

El Cazador de Fenómenos asintió y regresó su atención a la bestia, quien le rugía y lo amenazaba. Comenzó a usar la intensidad de su prisma para elevarse más allá de las olas titánicas y de la bestia. Llegó a la punta de la montaña de agua, que de tantos brazos ya parecía alguna clase de calamar, esquivó algunos y se posó sobre la «nuca» del monstruo. Clavó su red ahí mismo y trató de girarlo en dirección al barco.

Raldo comenzó a disparar a Hans con la ballesta, y los demás tripulantes trataban de darle a Ascensorem con las muchas balas de cañón del barco. El halcón esquivaba y lanzaba sus plumas de esmeralda a las flechas de la ballesta que pudiesen darle a su amigo, mientras que este luchaba por controlar al menos uno de los tentáculos de agua. Tras varios intentos, Raldo por fin pudo rasguñar un brazo de Hans con una flecha, pero para su infortunio, esto provocó que el Cazador girara instantáneamente y con él, la bestia que por fin había podido controlar.

La fuerza del golpe había sido suficiente, el casco del barco se rompió y comenzó a entrarle agua. Perdieron estabilidad y dejaron de disparar. Dieron la oportunidad a Hans de levantar un enorme torrente de agua, no tuvieron tiempo para reaccionar cuando les cayó como un martillo, a quebrar desde las velas hasta el fondo del mar.

Una vez que el amuleto de Hans logró succionar al fenómeno natural por completo, Ascensorem se le acercó.

—¿Ahora a dónde vamos? —preguntó el halcón. —Al principio era un simple tornado, debe de haber tierra cercana, al menos una isla. —No sé mucho sobre fenómenos naturales, pero ¿una isla? ¿No es muy pequeño para el tamaño que tenía la bestia? —No. El tamaño y la intensidad las supo incrementar por tener conciencia propia, y se transformó en el ciclón por lo mismo; pudo comenzar siendo muy pequeño, pero para que un tornado surja, se requiere un poco de tierra firme. —Hans, hay que encontrar a Raldo. —¿Te refieres a salvarlo? ¿Por qué haríamos eso? —Porque tal vez nosotros tres seamos los únicos que no estemos vinculados al ídolo, ¿recuerdas? —¿No podríamos ser solo tú y yo? —No, puede aportar algo. Además, él está involucrado con Domein, buscarlo valdrá la pena. —Aunque lo encontráramos, ¿cómo lo vamos a convencer de que nos ayude? —Ya pensaremos en algo… Te luciste con la bestia, amigo mío. —Sí…, es lo más pesado que he capturado, tal vez pueda domarlo, aunque no sé si al entrar al prisma perdió la conciencia, y ahora no estoy de humor para averiguarlo.

Buscaron a Raldo un par de horas y lo encontraron inconsciente sobre un pedazo de madera que el barco había dejado, con la ballesta de Ascensorem en la espalda. Lo ataron con cuerdas de las velas y luego Hans atrajo un poco de corriente y se dirigieron mar adentro a buscar aquella isla en la que se había formado la bestia.