Capítulo Ocho

Permanecieron callados toda la noche, ninguno pudo dormir. Raldo quedó en una silla mirando hacia arriba, con sus dos manos superiores sobre las piernas y las dos inferiores recargadas sobre el mango de sus dagas. Hans reposaba sobre la camilla de la celda, luego de su noche de agonía. Ascensorem estuvo sentado en el piso contra la pared, pensando en su Luna, en qué escribirle, en que no la había advertido sobre esto.

—¿Qué está sucediendo en este lugar? —preguntó Hans cuando amanecía.

—Es como si fueran controlados por algún… no sé qué —balbuceó Raldo sin dejar de mirar hacia arriba.

—Todo es por medio de ese ídolo, eso es seguro —continuó Ascensorem—. ¿Será que es un ser omnipresente?

—No, los ídolos no pueden hacer eso. Aprendí con los Cazadores de Fenómenos que los ídolos son como un medio, sin alguien que los controle son solo estatuas de madera y de piedra —contestó Hans—. Jamás había visto a un ídolo extenderse tan rápido.

—Pero entonces, ¿cómo logran controlar a tantos si solo son eso? —preguntó Raldo.

—A veces la gente cree en cosas sin cuestionarse sobre ello, los creadores de este mundo ni siquiera habitan dentro de esas estatuas de piedra y de madera —contestó Hans.

—¿Cómo fue que nos detectaron? Porque nadie nos había visto, solo la estatua —siguió Ascensorem.

—Eso es lo que no sé, un ídolo no ve, ni piensa, ni reacciona como lo hace este, debe de haber alguien poderoso detrás.

—Pero ¿quién es tan poderoso como para controlar a mi Capitán y a su flota? —cuestionó Raldo.

—Aún no hemos probado que controle a Domein, por lo mientras, lo mejor que podemos hacer es mantener la cabeza baja, no sabemos cuántos están metidos en esto y, por lo que ya vimos, son agresivos —propuso Ascensorem e inmediatamente Raldo se puso de pie.

—¿Y quién eres tú para darme órdenes? Yo solo sirvo a mi Capitán y no a uno de sus prisioneros —dijo, y luego se levantó Hans, preparándose para defenderse, pero Ascensorem interfirió.

—Tranquilo, Hans. Raldo, ¿cómo sabes que Domein no te desechará si su nuevo amo se lo ordena? ¿Y si se da cuenta de que tú no lo adoras? ¿Qué harás?

—Tú dijiste que aún no sabíamos eso y el Capitán Domein siempre me ha tenido respeto.

—Pero eso es porque le sirves, siempre haces su trabajo sucio… Es más, mírate, aquí arriesgándote primero ante un huracán, luego ante los esclavos de un ídolo que no conoces y del cual no te ha dicho nada —protestó Hans.

—¡Eso hacen los sirvientes! ¡Y eso soy! ¡Vuelvan a su celda!

—¡Escucha, Raldo! ¡Puedes estar en peligro! —exclamó Ascensorem.

—¡Dije que vuelvan a su celda! —Y los empujó dentro de ella, luego levantó la puerta que había caído y la puso de nuevo.

—¡Tal vez seamos los únicos en el barco y en la flota que no estemos siendo controlados por esa cosa!

Pero Raldo no quiso escuchar. Se dirigió a la entrada, la mañana ya estaba clara y las antorchas apagadas. Cuando salió todos actuaban normal, lo saludaban, él hacía preguntas sobre las velas, los suministros, la pesca, lo que se estaba recolectando por el huracán y sobre las pérdidas que habían tenido; ninguno fingía, todos contestaban con seguridad.

—Deberíamos salir de aquí, ahora que la puerta de la celda no sirve y escapar lo antes posible —sugirió Hans, pero Ascensorem comenzó a caminar en círculos.

—No, tenemos que hacer algo. Imagina que este ser que controla el ídolo logra alcanzar a todos en Scelus, que no ha representado una amenaza para el mundo, no porque no haya seres peligrosos aquí, sino porque no se unen.

—Si lograran unirse… podrían tener a un ejército impresionante.

—Si quisieran podrían hacerlo, pero todos los jefes y mandos que hay aquí son lo suficientemente egoístas y traicioneros como para unirse y apoyarse.

—Su propio mal los condena a la debilidad…

—Exacto. Ahora ¿quién tendría el poder para usar de esa forma a tantos ídolos y para controlar tantas almas?

—Tal vez no sea alguien quien tenga el poder, sino que un objeto lo contiene y este alguien solo lo controla —razonó Hans.

—¡Sí! Como tu collar, no es tu poder sino el del prisma.

—Pero aun así, es demasiado para un amuleto como el mío.

—Entonces, amigo mío, quizás no se trate de un prisma, sino de una Piedra Viva.


Un par de semanas después, se desató una lluvia torrencial sobre el puerto oscuro, mientras Ascensorem y Hans estaban encerrados con otros esclavos.

—¡Vaya lluvia! ¿Nadie repara goteras en este lugar? —exclamó Hans. Al instante, pasaron varios guardias del otro lado de la ventana de la prisión—. ¿Qué ocurre?

—Dicen que ha vuelto y que lo ha hecho con más fuerza —respondió uno de los esclavos.

—¿Quién ha vuelto? —preguntó Hans mientras Ascensorem solo observaba. Se abrió la puerta de golpe por el aire y entró Raldo.

—¡Vámonos, Cazador! —Se detuvo un momento para mirar a Ascensorem—. Tú también vienes, búho.

Salieron de la prisión y el barco ya los estaba esperando. La luz fuera de la celda los deslumbró, pero luego pudieron ver que a un par de kilómetros a lo lejos, se acercaba un fenómeno tres veces mayor en proporciones e intensidad, se veía tan imponente que el mismo Hans pensaba en salir corriendo. Jamás había tratado con algo tan grande, esta podía ser su prueba final, podría dominarlo como a un examen y luego tomarlo y usarlo contra Domein.

Cuando estaban por llegar, Domein mandó a llamar a Ascensorem a su camarote, dejando a Hans en el calabozo del barco. Cuando el halcón llegó con el Capitán, le dio una vestimenta que mandó a fabricarle y luego le entregó una de sus ballestas, pulida y armada.

—¿Por qué me das esto? —inició Ascensorem.

—Porque será el respaldo de mi esclavo, halcón.

—Pero yo ¿qué podré hacer contra un ciclón así? ¿Volar alrededor?

—No es solo un «ciclón» contra lo que nos enfrentamos esta vez. —El barco comenzó a tambalearse mientras las olas golpeaban el casco—. ¿Recuerda el desastre que trató de capturar el esclavo 329 semanas atrás?

—Sí, fue una noche muy extraña para todos…

—No logró contenerlo. Resulta que este mundo siempre tiene cosas nuevas que mostrar, y una de esas fue la vida y la conciencia de un desastre natural, no es solo un fenómeno, sino un ser, una bestia.

—¡Un huracán hecho bestia! ¿Qué haré yo contra él?

—Tome las prendas y vístase, eso impedirá que sus alas se mojen y ya no pueda volar. El traje que le había dado era especialmente para su naturaleza extraña de Halcón de Quetzal, con un impermeable textil que protegía sus alas de empaparse, pero que no le dificultaría volar; en su pecho se entrelazaban piezas pequeñas de las mismas telas, simulando una coraza rústica y opaca; en su cola de ave, terminaba el abrigo con una punta triangular.

—¿Todo aquí tiene que ser tan… «oscuro»? —comentó Ascensorem y Domein ni siquiera lo miraba—. ¿Cómo espera que derrote a… esto?

—¿Realmente no sabe nada sobre las ballestas?

—Las conocería mejor cuando las terminase de construir…

—Pues debe saber que sus armas pueden herir a cualquier ser. Así como a los fantasmales, pueden hacer daño a quienes están hechos de carne y hueso, viento, humo, fuego y agua.

—Entonces así es como pelearé contra la bestia…

Mientras regresaba a las celdas, no podía creer que estuviera a punto de combatir a un ciclón con vida conciencia propias, no sabía qué tanta inteligencia tenía esa cosa, pero que sí sería una de las peores criaturas que había enfrentado en su vida.

Si moría a garras de ese fenómeno, al menos los reproches de su bisabuelo Argue se detendrían, dejaría de escuchar su voz exigiéndole que no se reproduzca, que no haga sufrir a otra generación más de Halcones de Quetzal.

Tenía bastante que no pensaba en su bisabuelo. Todo su viaje por las tierras de Honora, desde el País Escarlata hasta Scelus, había tenido sueños donde ya no era perseguido por cazadores, sino por él, aunque siempre de forma diferente.

Solo había tenido un par de sueños al encontrarse con Domein, tal vez lo horrendo del Capitán arácnido hizo que se olvidara de lo horrendo de Argue, de sus ojos dilatados, de cómo mató a su propio hijo y de su obsesión por acabar con su especie. Incluso los sueños que su Luna Menguante Menor le mandaba para mostrarle fragmentos del futuro eran siempre invadidos por aquellos ojos huecos, sueños en los que variaba las formas de vencerlo para estar listo por si se volvía a aparecer, aunque lo dudaba, nadie sale del laberinto del Castillo Escarlata.

Si alguna vez Ascensorem pensaba en la muerte, veía como una ventaja el hecho de que ya no sería perseguido por el fantasma de su bisabuelo.