Capítulo Seis

Ascensorem comenzaba a despertar a mediodía cuando se percató de que su nuevo aliado Hans ya estaba consciente y miraba inquieto por una ventana que se encontraba a lado de una puerta; unos minutos más tarde, esta se abrió.

—Tienen suerte de que no me deshaga de ustedes, en especial de ti, halcón, tus plumas de esmeralda valen una fortuna. —¿Qué le impide hacerlo? —respondió Ascensorem. —Véanlo como un acto de gratitud. El Cazador de Fenómenos hizo lo suyo y me dejó un calamar oscuro muerto debajo del ciclón, uno realmente grande. Tú, halcón, me has permitido obtener la reliquia con la que él captura sus desastres; además de que me trajiste dos de las hermosas y auténticas ballestas que he estado buscando. Ahora poseo un arma cuya capacidad es indescriptible: dos ballestas que perforan el mundo astral y dos esclavos más útiles que estos débiles seres de papel. —¡No hay manera en la que nos obligues a servirte, tirano! —exclamó Hans.

El guardia principal miró con miedo a su jefe, esperando un ataque de cólera por el tono desafiante del prisionero.

—No me sorprende que te levantes así en contra de mí, te sientes invencible, ¿no es cierto? Crees que con tu amuleto puedes derrocar mi imperio y tal vez sea cierto, pero no será posible ahora —respondió el Capitán Domein.

Y entonces les mostró a sus prisioneros el collar y Hans no pudo contener su expresión de preocupación, ya no sentía el poder, al contrario, se sentía débil y dependiente de alguien en quien no confiaba.

—Vamos, Hans, quítaselo de una vez y larguémonos de aquí —dijo Ascensorem. —¿No lo entiendes? Ahora yo no controlo ese amuleto, dependo de él, pero quien controla el poder a partir de la joya es este monstruo, o quien sea a quien se lo haya dado… —contestó Hans y fue interrumpido por Domein. —No te decepciones, halcón, tu amigo no tiene la culpa, ¿quién iba a saber que alguien de por aquí pudiera saber tanto de este amuleto? Ahora no es más de lo que era antes de que se convirtiera en un Silhouette, y por lo que se ve y llego a comprender, sin su poder de cazador es solo un ser humano.

Domein habló con desprecio, Ascensorem se quedó atónito del conocimiento del Capitán y Hans se quedó mirando al suelo, sintiéndose vulnerable. Domein continuó:

—Debo admitir que me sorprendes, humano. Si en lugar de enfocarte en otras cosas me hubieras enfrentado, podrías haberme quitado el imperio. Y ahora, que tengo un amuleto de los Cazadores de Fenómenos a mi disposición, comenzaré por deshacerme de mis rivales. —¿Cómo supiste cómo controlar el poder del amuleto? ¡Eso es algo que solo sabemos los Cazadores! —dijo Hans, sin perder el control absoluto de sí mismo. —Por favor, ¿acaso no lo ves? Soy el gran Capitán Domein, tengo el control sobre casi todo Scelus y soy el dueño de estos mares. Tengo poder y alcance, tengo servidores que investigan todo lo que quiera, aquí y en todo Honora.

Con gesto de satisfacción, el Capitán Domein y sus guardias salieron de la habitación.

—No sabía que alguien de Scelus pudiera ser tan culto —comentó Ascensorem. —¿Cómo pudo saber tanto sobre los Cazadores de Fenómenos? ¡Son un grupo cerrado! ¡Nunca compartimos nuestros secretos con nadie! —Tal vez hubo un traidor, un soplón. Espera… ¿«son»?…, ¿«comparten»?… —Parece que hasta en las mejores organizaciones puede haber corrupción, porque antes de que se nos consagre un amuleto, se nos prueba. —Podemos vencerlo, debemos vencerlo, no planeo servir a dictadores como este, no seré otra de sus criaturas que matan o mueren solo porque se le dio la gana —refunfuñó Ascensorem. —¿Qué no entiendes? ¡Tiene el amuleto!… Pero concuerdo contigo, no seremos sirvientes de un tirano, llegará el momento en el que podremos hacer algo. Mientras tanto, no nos queda otra que quedarnos aquí encerrados. Pasaron un par de horas. Ascensorem acumulaba una larga lista de dudas sobre los Cazadores de Fenómenos, pero Hans estaba muy alterado como para preguntarle, así que esperó a que dejara de dar vueltas en toda la celda. A medianoche preguntó:

—¿Cómo fuiste aceptado en los Cazadores de Fenómenos? ¿Asististe a alguna academia o algo así? —No. Fui escogido desde antes de nacer, o mejor dicho, mi familia fue escogida para que uno de su descendencia entrara. —O sea, ¿que un día tocaron la puerta del tatarabuelo Monterrojo, le hablaron sobre los Cazadores de Fenómenos y terminaron con un «por cierto, un día nos vamos a llevar a uno de tu familia»?

Hans sonrió levemente y luego continuó:

—No. Verás, mi familia ha sido minera en Petram desde muchas generaciones atrás. Me contaron que alguno de mis tatarabuelos encontró no una piedra como las que buscaban, sino una clase de prisma de cristal que llamó su atención, porque parecía haber sido detallada a mano por artesanos expertos. —¿Justo como es ahora? —Sí, un cubo transparente, perfectamente liso, pero un poco estirado y con un líquido en su interior… El tipo salió de la mina ocultándose para que no se lo quitaran. No sabía qué era y nadie lo supo, pero lo consideraron muy valioso y su propósito era venderlo si teníamos una urgencia económica. Mi familia nunca fue de mucho dinero, pero afortunadamente siempre tuvimos una vida estable, y cuando por fin se presentaron urgencias, el prisma se había convertido como en un tesoro familiar con más valor nostálgico que otra cosa. —¿Como un emblema familiar? —Sí, algo así, al grado que cuando nacía un nuevo miembro, incluyéndome, nos lo presentaban como la mayor bendición de la familia. Al menos así era para todos, pero yo siempre lo vi como una piedra que causaba problemas entre los hijos e hijas, cuando murieron los abuelos hubo discusiones sobre quién se la quedaría. Así que en realidad aborrecí por mucho tiempo esta herencia. —Entiendo que hayas sido tú, eras el único que no la quería… ¿Y cómo descubriste su poder? —Comencé a dudar de la historia que nos contaron a todos, y creí que solo era un cuento de ficción para que la familia se sintiera importante entre los demás hogares mineros. Investigué y estudié todo lo que pude acerca de rocas y cristales, pero nunca encontré una que contuviera ese líquido en el centro. —Sí, me di cuenta ayer en el ciclón de que el líquido estaba del color del mar verde en el que estábamos, y cuando Domein nos lo enseñó en la mañana, había tornado a café, como la tierra en la que estamos. —Exacto. ¿Qué tipo de líquido es ese? ¿Y qué hace dentro de un cubo perfecto y sellado? Decidí averiguarlo en persona. Un día que me quedé solo en casa, busqué las llaves y abrí el estante en el que estaba, y luego lo saqué con una tela de su «caja-trono» transparente que le habían hecho para que luciera.

Ascensorem, que no solía ser muy expresivo, estaba atrapado en la anécdota de Hans, con el rostro totalmente metido en la historia y los ojos dilatados.

—Cuando por fin toqué la roca directamente con mis manos, comencé a escuchar un zumbido que me mareó por completo, comencé a tener una visión donde varios seres me llamaban desde el centro de una tormenta, avancé y, cuando ya casi llegaba a ellos, me pegó un rayo que apareció de la nada y me cegó, y caí inconsciente. —¿Un rayo? ¿No estabas dentro de tu casa? —Eso es lo mismo que me pregunté. —Y los tipos ¿eran reales? —Al principio no lo sabía. Cuando desperté de la visión, había mucha gente asustada en la calle, ni siquiera había sentido el sismo que había ocurrido, solo había alcanzado un poco más allá de mi pueblo y yo había sido el epicentro. —¿Y les dijiste a tus familiares? —Me descubrieron. Estuve desmayado un buen rato y, cuando apenas me estaba levantando, llegaron y la piedra estaba en el suelo. Mi padre me prohibió volver a tocarlo y lo entendí, estaba asustadísimo, pero… —Tenías que saber más… —¡Sí! No podía quedarme así. Toda mi vida aborrecí muchas cosas aparte del tesoro familiar, entre ellas estaba la minería y la mentalidad de mi familia a nunca salir de ella. Ni siquiera pensaban en que podríamos conseguir otra casa en otra nación u otro trabajo que nos sustentara mejor. Muchos de mis antepasados, incluyendo a mi padre, adquirieron puestos altos en los trabajos de las minas y tenían la oportunidad de comprar tierras de fuera, pero reinvirtieron su dinero en la misma zona. —Tampoco es que estas celdas estén mejor… —bromeó Ascensorem y Hans le lanzó una mirada malhumorada—. Por favor, continúa. —El punto es que no quería quedarme ahí, ya había ido un tiempo a trabajar a las cuevas a picar piedras y no podía seguir soportando la mentalidad de mi familia, siempre hablando de las minas como si fuera lo único en el mundo, diciendo cosas como «¡qué afortunados somos de trabajar ahí!» u «¡oye, hijo, podrá ser pesado al principio, pero agradece que es un buen trabajo!», no digo que no sea un trabajo digno, pero simplemente no me sentí parte de eso. —Pero entonces, ¿qué haces aquí? ¿No encontraste a los de la visión? —Los encontré, y me entrenaron por un par de años, pero no coincidía con muchas de sus ideas cerradas. A veces había desastres naturales en algún lugar y si a ellos no les daban ganas de ayudar o no les afectaba, simplemente no lo hacían. Así que, como en casa de mis padres, escapé con el cristal y comencé a entrenar por mi cuenta y a ayudar en donde fuera necesario. —¿Y aquí lo era? —Aquí era… diferente. Los peores desastres naturales emergen en los peores lugares, es como si la naturaleza castigara a los peores territorios. Entrenar aquí iba a hacerme mejorar mucho más rápido. Por ejemplo, ¿el ciclón de ayer?, era uno de los más grandes de los que he atrapado. Inclusive en los libros de historia de los Cazadores de Fenómenos, se habla no solo de eventos sino de criaturas con formas de huracanes, tornados, volcanes y otros aún más raros, vivos; capturar uno de esos me iba a hacer una leyenda.

Por la expresión de Hans, Ascensorem prefirió no hacer más preguntas que podrían poner aún más nostálgico a su compañero de celda. Así que se acercó a la ventana de la prisión para mirar al cielo y a sus lunas.