Regresó hasta su tienda el siguiente día. La princesa lo estaba esperando en la entrada.
—¡Aran! Me alegra verte mejor.
—Gracias, halcón…
—¿Cómo va todo con tu padre?
—Estuve hablando con él hace un rato y… está de acuerdo en que, si quieres, puedes quedarte entre nosotros, él cree que podrías aportar cosas importantes a la tribu, te tendría como su consejero.
—Lo agradezco, pero…
—¿Decidiste algo?
—Sí, ya tengo un par de planes. Parto mañana mismo al Castillo Escarlata, donde se encuentran mis padres.
—¿Te harás cargo del puesto que te ofrecieron?
—No. Buscaré a mi bisabuelo.
—¿Entrarás al laberinto del sótano, a la entrada de la Nación del Tiempo? ¿De verdad crees que haya logrado pasar o salir?
—Es lo que descubriré.
—¿Y cómo harás para no perderte?
—Siempre tuve curiosidad sobre ese lugar, mientras viví en el Castillo Escarlata escuché rumores de que los que lo fundaron dejaron pistas o alguna clase de mapa para poder entrar, primero buscaré eso.
—Vaya…, se oye como un buen viaje.
—Lo será… Tal vez nos volvamos a ver, si salgo de todo esto o si los rumores me traen hasta aquí, definitivamente te visitaré.
—Esperemos que así sea, cualquier cosa que necesites, eres bienvenido, Ascensorem.
—Gracias, Aran… por todo.
Al día siguiente, cuando el halcón salió de su tienda con todas sus pertenencias y provisiones para el camino, preparado para partir, todos los que estaban en sus aposentos salieron y los que pasaban por ahí se detuvieron para mirarlo. Aran lo observaba desde la entrada a la tienda del Khalfani de la Tribu del Hueso Negro, mientras este salía y lo despedía de lejos, con una mirada firme de aprobación; incluso los Rinocerontes Negros, con aquella mirada más profunda que salvaje, le transmitían un sentimiento de agradecimiento.
Estaba a punto de cruzar la frontera de Terra con Petram, para luego pasar al País Escarlata. Era de noche y halló un buen lugar para reposar entre las piedras volcánicas que comenzaban a aparecer por doquier. Dejó todas sus cosas en un solo lugar e hizo espacio en el piso para recostarse. Justo cuando se acomodaba para dormir, una luz blanca y brillante resplandeció entre la oscuridad.
—¡Luna! —dijo Ascensorem, y ambos se apresuraron para estar cerca y mirarse—. Creí que no volverías a aparecer. —Ella no dijo nada, pero su mirada lo decía todo.
—Fue muy insistente en hacerlo, parece que la has cautivado, halcón, hemos observado que eres sincero. —Era la Luna Menguante Creciente, la miembro del Consejo Lunar de Calisto a la que sirve la Luna Menguante Menor, Ascensorem la vio apenado y alegre de que hayan accedido a que bajara una
vez más.
—Tenemos buenas noticias, amado mío —dijo ella.
—¿Cuáles? —respondió Ascensorem, entusiasmado.
—Es sobre Hans Monterrojo.
El halcón abrió más los ojos.
—Lo encontramos… vivo.
—¡Qué!
—Así es, Ascensorem —dijo su superior—. Nuestros sirvientes lo hallaron vivo en el fondo del mar después de la catástrofe, al parecer aún no había muerto cuando el amuleto se activó y conservó su respiración.
—¡Por qué no me lo habían dicho! —exclamó.
—Fue llevado inmediatamente con los Cazadores de Fenómenos, su estado era crítico y no podíamos hacer mucho porque su prisma lo defendía.
—¿Entonces ustedes saben dónde están los Cazadores? —Ellas asintieron—. Me haría bien visitarlo.
—No puedes, su ubicación es un secreto que acordamos guardar con sus antepasados desde hace mucho tiempo —contestó la mayor.
—Entiendo… Entonces, si lo ven, díganle que me visite alguna vez.
—Así lo haré, halcón —dijo la Luna Menguante Creciente.
—Y tenemos algo más que decirte. —Estando tan cerca de ella, Ascensorem pudo saber a qué podía referirse, la emoción contenida en la expresión de su amada estaba a punto de ser expulsada en un par de palabras.
—¿Qué pasa? —preguntó el.
—Como te había mencionado, mi hermana menor estuvo muy insistente en volver a venir, pero también en ofrecerte una oportunidad.
—¿Cuál?
—La oportunidad de venir con nosotras al Reino de los Cometas.
—¡En serio!
—Si aceptas nuestros términos, podrás vivir allá con nosotras como uno de los guardianes de la Luna Calisto.
—Entiendo… —Ascensorem bajó la mirada y frotó su ala derecha contra su cuello.
—No te veo muy convencido… —dijo su amada.
—Agradecemos mucho lo que has hecho por nosotras, tienes nuestro favor si te encuentras en apuros, te debemos todo lo que has arriesgado por la misión que te otorgamos. —Las lunas se miraron—. Y ahora les dejaré solos. Me despido.
Ascensorem hizo un gesto de reverencia y la Luna Menguante Creciente desapareció.
—¿No quieres ir conmigo? —preguntó ella.
—Es lo que más anhelo, pero…
—¿Pero?
—Debo hacer algo antes.
—¿Tu bisabuelo?
—Sí… No buscarlo implicaría el hecho de que permanezca en mi mente, en sueños y en visiones, como un fantasma.
—Te ayudaré a hacerlo —propuso ella con un rostro sonriente y resplandeciente.
—¿De verdad? ¿Te permitirían hacerlo? —Ascensorem estaba atónito.
—Sí, antes de que te abrieran las puertas a nuestro hogar, me habían dado el permiso de venir a visitarte siempre que pudiera, así que, mientras subes, tal vez pueda venir a verte y ayudarte.
—¿Estarías dispuesta a buscar a un peligroso Dragón de Quetzal en la Nación del Tiempo junto a mí?
—Te apoyaría en cada uno de tus planes…
—Pero no entiendo… ¿Cómo lograste convencer al Consejo Lunar de que pudiera vivir con ustedes?
—El único impedimento que hallé dentro de las reglas del Reino de los Cometas fue que no está permitida cualquier especie allá arriba, por causa de la pureza de las estrellas… Yo creo que es absurdo.
—¿Y cómo es que puedo entrar ahí?
—Tu especie, mi Halcón de Quetzal, está en peligro de extinción, así que podría considerarse como «rara», y por lo tanto, allá arriba, después de un par de debates, por fin la vieron como sagrada; y aún más los Dragones de Quetzal.
No pudieron contenerse y se abrazaron; Ascensorem creyó que no tendría oportunidad con su única Luna. Desde que habían mencionado los permisos que ahora tenía para subir al Reino de los Cometas, era lo único que quería hacer, pero antes debía ocuparse de su bisabuelo, tenía que buscarlo y terminar con sus dudas y sus miedos de una vez por todas, no podía permitir que siguiera haciendo daño a tantas familias como hizo con la suya.
Todo el camino de regreso al País Escarlata estuvo pensando, haciéndose preguntas de lo que seguía: ¿Hans lo querría ayudar? Tal vez. Aunque introducirse en la Nación del Tiempo, un lugar que nadie visitó desde que la enterraron, no era una tarea fácil.
Ascensorem caminaba entre las zonas volcánicas de las orillas de Petram. No estaba seguro de que otra criatura tuviera la valentía de acompañarlo, o al menos la capacidad suficiente como la tuvieron un Halcón de Quetzal, el Consejo Lunar de Calisto, un Cazador de Fenómenos, un Guardia de Scelus y la
princesa de la Tribu del Hueso Negro, para poder detener la obra de una fugitiva del Reino de los Cometas, que se hacía llamar «el Caballero Rojo». ¿Podría hacerlo solo o necesitaría a alguien para buscar y confrontar a su bisabuelo? ¿Estaría vivo en algún lugar? ¿Acabaría con él si lo encontrara?
La travesía que había comenzado como un escape ante las responsabilidades políticas, buscando un par de Ballestas de Quetzal ahora perdidas, tratando de conmover el corazón de una Luna; había terminado por erigir una ciudad sobre otra: Horma, más tarde nombrada como la Ciudad de Destrucción, gobernada por la corrupción y un castillo maldito, habitado por la gran estatua cristalina de una bestia que la naturaleza creó para defenderse como el clamor de su tierra por la sangre derramada, terminando petrificada mientras veía a la bruja derretirse, condenarse al desierto y al fuego de una Piedra Viva contenida en su eterna maldición.
Tus ojos destilan la luz de las estrellas de una noche eterna,tu sonrisa es el arco argumental de todas las Lunas.Si modelaras en el universo infinito, este se sonrojaría.La aureola que tiene cada una de tus pupilas me desliza por un viaje inimaginable,la textura de tus manos y el sabor de tu respiración me llevan a un viaje inesperado.Si tus palabras formaran libros, serían románticos, fantásticos,que después de haberme introducido a tus historias,no me imagino ni un solo día fuera de ellas.
Quisiera ir contigo, seguirte adonde vayas,pero debo forjar mi camino, vencer mis miedos.No sé hasta dónde me lleve la vereda,Pero si tú estás ahí siempre volveré,a casa…, a mis sueños…, a ti.
Quisiera explorar contigo la galaxia,Así como lo hice en aquel castillo cuando niño,desearía introducirme a tu mundo lleno de luz,rodearte con mis alas y vestirte con mis plumas,pero por ahora solo puedo hallar la promesa de que no te alejarás,y el ansia de sobrevivir a un mundo tan frágil.
¿Me esperarás?Que el ánimo disuelto en el espacio,no te deje ir como estrella que cae al fondo del mar.
—Ascensorem, el último de mi linaje
Después de un largo viaje, Ascensorem por fin llegó a su antiguo hogar, el Castillo Escarlata, pero para su sorpresa se encontró con una montaña de ruinas. Observó paralizado, luego se adentró en ellas, moviendo roca por roca sin hallar nada. No había señales de vida y había cuerpos por todos lados, pero
no los suficientes para ser todos.
Ubicó rápidamente la entrada a las escaleras que bajaban hasta la puerta más profunda, que dirigía al laberinto más temido. Su entrada estaba destruida. Los guardias estaban muertos. A algún ser desesperado o realmente violento le había urgido salir de ahí. Buscó pistas en las escaleras: halló plumas y escamas de Quetzal; buscó una relación entre el culpable y tanta destrucción, era obvio: su bisabuelo Argue Ascensorem había escapado.
Nota: Para ver más información de la novela, el mapa a color, sobre el autor y más contenido adicional, ingresa a la página oficial: www.angeldorantes.com