Mi nombre es Ahava Ascensorem, tengo veintitrés años y estas son mis aventuras.

Mis padres son líderes de distintos grupos de refugiados, siempre dicen que debo mantener la calma y dar el ejemplo de lo que un verdadero líder debe hacer, pero he tenido curiosidad por lo que hay fuera de nuestros campamentos; sin embargo, insisten en que no salga de ellos.

«Ahava», significa «amor», me dieron este nombre porque, cuando nací, mi abuelo se redimió ante su terrible cruzada de acabar con muchas especies, incluida la nuestra. Con tan solo verme unos segundos cambió de opinión y se deshizo de sus aliados, con los que había emboscado a mis padres.

Todo eso que hacía… lo dejó marcado. Tal vez solo conozco su pasado por lo que escribió en este libro, pero no parece que siempre haya sido tan serio con todos, a excepción de mí, obviamente. Cuando terminé la adolescencia y mis plumas terminaron de salir, me contó sobre el porqué había comenzado a perseguir especies en peligro de extinción y por qué había dejado de hacerlo, pero que aún cree que el sufrimiento se puede evitar si nos dejamos de reproducir, estuve de acuerdo.

De todos modos no me llama la atención ningún Halcón de Quetzal… Todos son miedosos o demasiado arrogantes por la belleza de sus plumas. En fin. Me gusta salir y pasear entre los demás seres, ayudar a quienes lo requieran y platicar con los ancianos para que me cuenten de sus vidas.

Algunos me dicen que afuera es demasiado peligroso, otros, que si uno se sabe adaptar a las circunstancias, sobrevive; que sin lugar a dudas ellos lo harían, pero que ahora son demasiado viejos. Me dio tanta curiosidad explorar los bosques que nos rodean, que tomé una mochila con comida, un mapa de los exploradores de papá y una capucha que cubriese mis alas —que yo diseñé— volviéndome casi invisible en la noche y me salí en luna llena.

Lo primero que hice fue dirigirme a uno de los Ríos de Llanto, de los que uno de los ancianos me había hablado. Era cierto, siguiendo el río por un rato uno se puede encontrar a una de las criaturas que lloran en las noches —de ahí el nombre— para alimentar el río de nutrientes para los que habitan ahí dentro.

En mi segunda noche fuera del campamento salí en la otra dirección. Escuché que alguien se aproximaba y subí a un árbol cercano, desde el cual alcancé a ver a un giant natura: uno de los seres gigantescos que preservan la naturaleza. Se alcanzaba a ver que su cuerpo estaba cubierto de enredaderas, pero en las patas se descubrían alguna clase de cristales. Era de noche y solo lo alcancé a ver de lejos porque a su alrededor danzaban pequeñas flores de fuego.

Jamás creí ver algo más hermoso que esto, hasta que me senté en una de las ramas a reposar un rato, y más allá del giant natura resplandecía un bellísimo castillo de color Escarlata, que se distinguía por la punta de sus torres encendidas. Me dispuse a llegar algún día hasta ahí, pero no esta noche, ya era demasiado tarde.