No he podido dejar de pensar en ese gran castillo rojo. Es tuve preguntando por él entre la gente del campamento y me dijeron que precisamente ese es su nombre: el Castillo Escarlata —en serio, ¿tenían prisa de nombrarlo?—. Me hablaron de varias versiones de su historia, prácticamente esta tierra es el País Escarlata por ese lugar, que se supone, es la capital.

Algún día llegaré allí y lo recorreré por completo. Hablaré con sus habitantes y tendré conversaciones con quienes lo gobiernan. Debe de ser maravilloso vivir dentro. Supe que hacen casi lo mismo que nosotros: refugian especies amenazadas y luego las llevan a un lugar más seguro, aunque creo que ya había leído algo de eso en estas crónicas.


Esta es la undécima noche que intento llegar al Castillo Escarlata pero siempre me pierdo en el camino. Parece ser que ninguno de los exploradores de mi papá ha llegado hasta ahí, pues el camino correcto no se encuentra en ni uno solo de sus mapas…

De acuerdo a lo que he explorado creo estar segura de cómo llegar, llevo un par de horas caminando y siento que voy por la dirección correcta. Me encuentro con el giant natura… Será

mejor mantener mi distancia, pero verlo desde esta cercanía es mucho más hermoso que de lejos. Las flores que danzan a su alrededor son buganvilias, sus pétalos forman una especie de

domo de fuego en la punta superior, como si fuera su casco.

Espero unos minutos a que la enorme criatura pase, pienso en que ni la más peligrosa de las bestias se metería con algo así. Sigo caminando. Un Río de Llanto está por donde debo pasar, parece que esta es una zona bastante fértil, pues hay más de siete de esas criaturas que lloran todas las noches, debe de ser por el castillo, del otro lado se ve un campo de aquellas flores encendidas.

Escucho que alguien viene. No hay árboles o hierba alta en la que esconderme, así que mi única opción es meterme al río, pero mi abrigo y mis alas se mojarán y podría quedar expuesta.

No tengo opción. Salto y desde el fondo miro hacia arriba. Quien quiera que fuera era un ave, pasó el río extendiendo sus alas. Me asomo desde la orilla, se fue. Salgo del río de lado del

castillo y frente a mí está el campo de flores ardientes y danzantes. Tal vez si me acerco lo suficiente mis alas y mi abrigo se sequen.

No es un fuego que quema, pero sí calienta. Me quedé recostada en un arbusto, cerca del campo para no ser vista. Luego de admirar el castillo del otro lado de las buganvilias miro

el cielo, ya es demasiado tarde y, si no regreso ahora, descubrirán que me fui.

Pero al levantarme me di cuenta de que en medio del jardín había alguien más acercándose lentamente. Me espanté y me puse el abrigo tan rápido que levanté un par de hojas, vi nuevamente al desconocido, sus plumas verdes resplandecían con las llamas a su alrededor. Un joven Halcón de Quetzal.


Ya tiene una semana que no salgo en las noches, no desde que me encontré con aquel Halcón de Quetzal, seguramente tiene mi edad, tal vez es un poco más grande. Mamá y papá notaron que he estado seria, siento que ya saben que me he estado escapando, pero de ninguna manera les diré, si se enteran de que su Ahava se arriesga en las noches no me dejarán salir jamás.


Pasó casi un mes desde que fui al Castillo Escarlata y anoche fui otra vez, conociendo el camino llegué más rápido, y el joven halcón me estaba esperando en el inicio del campo de buganvilias ardientes, dijo que ahí se había sentado cada día desde que atardecía para ver si llegaba.

Me preguntó por mis padres y yo por los suyos —no recuerdo sus nombres pero de los nervios casi ni recordé los de los míos en ese momento—, confesó que quería verme más

noches, que hasta se cambiaría el nombre por «Doron», para continuar con el nombre de papá —como era de costumbre en su familia, qué intenso—. Desde esa ocasión hizo que lo llamara así. Pasamos una velada en aquel jardín de fuego.

Otra noche me llevó con el giant natura, e hizo que nos montáramos sobre él sin ningún peligro. Me contó que así como yo, él era un aventurero, y que a veces le gustaba pasear sobre aquella criatura, viendo cómo las flores en llamas danzaban a su alrededor.


No quise tenerle confianza, pero él la creó entre nosotros. Nunca supe bien lo que pasó conmigo, pero era tan fuerte lo que sucedía dentro de mí que hoy me encontré frente a papá y

mamá para presentarles a Doron.

A papá le alagó lo del nombre, a mamá le agradó bastante, mi abuela le hizo de comer y le preguntó cosas sobre el Castillo Escarlata, pero mi abuelo, Argue, simplemente lo miró y salió molesto de la tienda, él estaba consciente de lo que podía suceder: un hijo. Claro que después me dieron la regañiza de mi vida por salir del campamento.