Hablé a otros en el Castillo Escarlata sobre decretar una ley para que las especies en peligro de extinción dejen de reproducirse, para evitar el sufrimiento de sus hijos. Me mandaron a escribirlo con la intención de que me desahogue, dijeron que estaba pasando por una etapa difícil que viven los que perdimos seres queridos en la persecución, que tendría momentos de ira, depresión y otros sentimientos oscuros.
Lo escribí en forma de carta, una clase de solicitud que mandé a los líderes del castillo, pero dijeron que eso iba en contra de la vida, y yo les respondí que estaban en lo correcto —obviamente se indignaron— y que yo iba en contra de una vida llena de dolor como la mía.
Me mandaron a terapias intensivas, para que —según ellos— dejara de pensar en la muerte y otras atrocidades. Pensé que podrían tener razón, que la muerte de todos mis familiares me estaba volviendo alguien indiferente, celoso de los que llegaron al castillo con uno o más parientes.
Acepté sus terapias, sus tratamientos, sus entrenamientos y todo lo que quisieron darme pero, al pasar el año, solo vi llegar más seres sufriendo, cayendo en llanto por todo lo que sufrieron. En el castillo se les ofreció refugio —de lo cual estoy a favor—, pero no una solución; al contrario, apoyaron su reproducción para evitar la extinción de la especie.
Aprecio lo que hicieron por mí, respeto bastante al Castillo Escarlata, pero tuve que salirme de ahí. Me propusieron tener un hijo en cuanto llegara una chica de mi especie. Además de que me tenían en la mira, convencí a otros de mis ideales y algunos de ellos decidieron venir conmigo.
Han pasado un par de meses desde entonces. Al principio era atormentado por mi consciencia y por la voz de mis familiares, de mi abuelo para ser específicos, quien quería erigir una nación únicamente de nuestra especie, pero yo solo quiero una vida tranquila.
Comencé a tomar confianza con mis nuevos amigos, todos tenemos pesadillas si intentamos dormir, soñamos con la cantidad interminable de huérfanos malheridos que llegan al castillo, solo son jóvenes…, niños… Me compartieron que ellos tampoco pueden creer en la falta de conciencia de los líderes del
castillo, no deberían traer más seres inocentes a ser perseguidos.
Pero… llegamos a la conclusión de que debíamos terminar con todo este sufrimiento y la única manera es extinguir a las especies en peligro para evitar que sigan trayendo hijos a este mundo de miseria, que puede sonar a mucho sufrimiento por ahora, pero después de esto solo habrá silencio, paz…
Ese es ahora nuestro propósito, terminar con las especies en peligro de extinción no era algo que me había enseñado el amor de mis padres, pero sí que es algo necesario para evitar que sus futuras generaciones sufran el dolor que mis hermanos y yo vivimos.
Casi no he podido escribir en estas crónicas, la conciencia me ha hecho sentir que tengo las manos embarradas como para continuar con esta tradición familiar, pero el propósito del que hablé la última vez que escribí es más importante que eso, creo…
En la mañana estábamos a punto de emboscar a un grupo mediano de mi especie, el primero en todo este tiempo. Cuando estábamos a unos metros de ellos, uno de mis hermanos me dijo que vio bajar a un Halcón de Quetzal hembra, de unos sesenta y cinco años, así que imaginé que tendrían la experiencia de una vida de supervivencia.
Ordené a todos que no ejecutaran a nadie, quería dar el ejemplo haciéndolo yo mismo si no los convencía de unirse a nuestra causa, de la que estaba tan convencido… Necesitábamos un plan para que su experiencia no nos tomara por sorpresa. Rodeamos todo el lugar y esperamos el momento oportuno.
Yo llegué por detrás. No lograba concentrarme. Pensaba en que me encontraría vivos a mis padres en cuanto entrara ahí, en cómo me mirarían y en cómo no podría acabar con ellos, sino abrazarlos. Nuestras emboscadas siempre eran sencillas, a veces yo ni tenía que acercarme a nuestras víctimas, solo liderar el ataque.
Antes todo había sido fácil porque ninguno de los grupos que nos encontramos era de mi especie, pero este lo era. Todos esperaron mi señal hasta que la di, y el temor de ver a los ojos de mi familia comenzaba a superarme.
Uno de mis hermanos de caza se encontró a un par de familiares entre un grupo de su especie hace unas semanas, cuando se negaron a unirse, vaciló al terminar con sus vidas uno o dos minutos, yo no estaba ahí, pero él estaba tan comprometido con nosotros con la causa que yo le impuse, que terminó su trabajo. No regresó igual: se volvió serio, oscuro en su silencio. Me distancié de él en cuanto me recordó a mi abuelo.
Nunca quise ser como mi abuelo. De niño me daba miedo y de joven lo detestaba, lo veía como un cretino aunque nunca lo expresé con nadie, él era el jefe y nadie podía contradecir su palabra.
Un segundo antes de entrar con el grupo de Halcones de Quetzal me di cuenta de que no quería seguir ese camino, pero ahora era inevitable.
Esta fue la primera vez que tuve miedo y que dudé sobre toda la misión, pero no podía permitir que nadie lo notara, esta vez yo eral el jefe. Cuando di un salto hacia adelante para sorprender a quien estuviera ahí, descubrí que había algo más fuerte que mis dudas y mis miedos para detener mi causa homicida: unos ojos más profundos y hermosos que cualquiera de los cielos en los que había volado jamás.