Todos me estaban mirando, esperando mis órdenes otra vez. El grupo de Halcones de Quetzal había sido encadenado.
En el transcurso de la emboscada no pude dejar de preguntarme cómo me veía frente a la joven halcón que llamó mi atención. Sus ojos me miraban como si fuera un monstruo, estaba llorando y cuando volteaba a verme yo trataba de parecer menos «malo».
Llegó el momento en el que todos quedaron frente a mí. Gracias a mis plumas de esmeralda no se notaba mi sudor, pero estaba empapándome. No podía evitar ver de reojo a la halcón, no quería que sufriera más ni que me siguiera observando de ese modo, no podía acabar con esos ojos que tanto me habían
conmovido, pero tampoco era una opción fallarles a mis seguidores. Estaba paralizado.
Debía tomar una decisión y demostrar mi autoridad. En cuanto comencé a hablar traté de darle credibilidad a mi discurso. Ordené que los tomaran presos y los llevaran a la cueva en la que dormimos e inmediatamente sentí la confusión de los demás.
Evité las conversaciones y cualquier tipo de pregunta compleja de mis hermanos, aún no sabía qué hacer con ella ni con su familia. Además de que estaba volviéndome loco, tenía ganas de ir a verla y consolarla, a pesar de que sabía que me vería como si yo fuera una bestia insensible; quería explicarle nuestra causa para que pudiera comprender que era un propósito… noble.
Llegué al segundo mes ignorando cualquier comentario o rumor de que me había ablandado. Al final no pude con el ansia y bajé a las jaulas de las cuevas para al menos saber su nombre: Geula. Escucharlo de su voz ha hecho que me parezca una canción y la he cantado todo el día aun sabiendo que estaba cometiendo un grave error, pero no me importó.
Después de aquel momento de inspiración, tuve una idea para que mis hermanos no pensaran mal de mí. Comencé a ordenar más tomas de rehenes de otras especies, los encerré en otra cueva aparte de los Halcones, y a estos los fui pasando a la otra hasta que quedaron solo Geula y sus dos hermanas.
Ya han pasado cinco meses desde que encontré a Geula. He tomado decisiones que me ponen en riesgo de una traición de los demás cazadores, por ejemplo: ordené que se consiguieran más alimentos para los rehenes, para eso debemos trabajar el doble y hasta el triple; otra fue que un par de especies tuvieron hijos e hijas dentro de las jaulas y he sido cuestionado por haberlo permitido, ya que va en contra de nuestros ideales.
Incluso me han visto entrar varias veces adonde está Geula. Me he quedado preguntándole cosas —muchas sin sentido—. A veces ella toma confianza y me cuenta más de lo que le pregunté.
Ya perdí la cuenta de cuánto tiempo he estado sosteniendo toda esta farsa. Esa es la realidad. Fallé mi misión, también a mis hermanos. Incluso me he preguntado por qué no buscamos antes que nada otro tipo de soluciones… Estábamos tan afectados.
Para concluir el problema de la comida dejé de capturar rehenes y también de perseguirlos, llevamos un poco más de ocho meses sin una emboscada. Cada vez que mis exploradores me avisan sobre posibles objetivos, les respondo que estamos escasos de armas o de otros recursos para poder emprender ese viaje.
Lo único que me mantiene a flote son los ojos que no he podido dejar de visitar y la voz que no me canso de oír. Es mi escape. Estar con ella ha pasado de ser un tiempo de interrogatorio a un tiempo de calidad. Geula y yo llegamos al punto de confianza en el que no le importó que pasara a sus hermanas a la otra jaula… La he dejado sola para poder conversar mejor con ella. He pensado en liberarlas a ella y a su familia pero, por el peligro que hay afuera, prefiero tenerla segura aquí conmigo.
Le llevo cosas con las que se pueda entretener y buena comida —a veces la mía— y, por supuesto, no dejo entrar a nadie más a la cueva donde está. Siempre trato de contenerme, pero cuando me pregunta cosas, simplemente no puedo resistir y le respondo con sinceridad.