Hace casi cuatro años, luego de la emboscada de mi bisabuelo en el Castillo Escarlata, convencí a mis padres de que me enviaran a Altaligna, a uno de los campos de entrenamiento, para saber combatir y poder defenderme ante cualquier circunstancia. Concluí y hoy regresé con ellos.
Me tenían buenas noticias: puesto que mi abuelo DorOr y mi abuela Lior fueron líderes de grupos grandes de refugiados, propusieron a Lior como nueva líder de ese área del castillo, por lo tanto mis padres trabajarían con ella como sublíderes. Me dijeron que me platicarían en qué lugar quedaba yo más tarde, pues los llamaron a junta para discutir algo que creo que tiene que ver con mi regreso.
No es mala idea, ahora estoy listo para defender a los seres del castillo, sé que estarían dispuestos a prepararme para tomar su lugar algún día. Mi abuela Lior ya está terminando su proceso de transformación a Dragón de Quetzal y sus experiencias la han hecho muy sabia, supongo que por eso la promovieron, porque hay más familias de nuestra especie aquí y, de haber querido a cualquiera de nosotros, habrían escogido a alguien con un mejor historial familiar.
Esperé algunas horas sentado en una de las puntas del castillo, donde podía escuchar algo de lo que decían; discutían sobre si debía reproducirme para salvar la especie. La otra familia insistía en esto, pues solo tenían a una hija casi de mi edad, pero los ideales de mis bisabuelos fueron heredados hasta mis padres y no estaban de acuerdo, les recordaban el acuerdo de respetar esta decisión cuando entramos aquí, porque no querían que mis posibles hijos sufrieran, pero los demás no parecían entenderlo. Al final acordaron que me dejarían la decisión a mí.
Del otro lado, en los jardines del frente, se paseaba aquella hija a la que mencionaron, debía de tener un año menos que yo. Se veía muy alegre, sus plumas resplandecían con el sol del atardecer… No tenía mal parecido.
Me dirigí a mi vieja habitación y estuve reposando un rato del viaje, la puerta crujió igual que hace cuatro años y… enseguida entró mi abuela. Hablamos sobre mi viaje hasta que anocheció, y luego se añadieron mis padres, me dijeron lo que ya sabía. Me pidieron disculpas por no haber esperado ni un solo día después de mi llegada, pero al ser Lior la nueva líder, debía apresurar esta y otras decisiones. Dieron su punto de vista y solo respondí que les diría en la mañana.
No podía dormir —como era de costumbre en aquella habitación—, una decisión tan importante como cuidar a una hija o a un hijo durante los años de la extensa vida que tenemos los Halcones de Quetzal, no podía tomarse en unas horas.
Antes de media noche hubo bastante silencio en mi habitación. Con el pasado como referencia decidí salir inmediatamente del cuarto, listo para cualquier cosa. Afuera había ruidos como de costumbre. Tal vez estaba exagerando… o no. Cuando regresé y cerré la puerta, una luz blanca y resplandeciente salía de un ser que poco a poco pude ver.
Al principio me exalté y me puse en posición de guardia, pero al ver que no me atacaba sino que me provocaba cierta tranquilidad, dejé mi entrenamiento a un lado y traté de acercarme. Solo veía una aurora blanca con pocas líneas de azul claro y blanco, hasta que me habló y me saludó, entonces vi cómo tomaba cierta forma y pude verla claramente.
Era hermosa. Más bella que cualquier criatura que hubiese visto jamás. Sus ojos castaños tenían delgadas aureolas azules y verdes alrededor de las pupilas, su piel era totalmente blanca y resplandecía en la noche. Tenía los cabellos grises y blancos. Su vestido era de los tonos de su cabellera, tenía tirantes, brazos descubiertos y un escote mediano; la tela se transparentaba en su abdomen, luego caía una larga falda lisa que se amontonaba en el piso.
Luego de saludarme se presentó: la Luna Menguante Menor, mensajera de la Luna Cuarto Creciente, una de las encargadas del Orden de la Historia.
Me explicó que su Luna «Calisto», había sido creada en la antigüedad por los Ángeles de la Era de Hielo —creadores de todo Honora—, para dar un orden a todas las cosas. Dijo que yo era lo suficientemente importante como para designarme una tarea, que podía mejorar la historia que aún no acontecía.
Mientras más me hablaba, más me anonadaba, estuve seguro de que iba a quedar ciego o loco después de ver a una criatura tan hermosa. Luego creí que estaba quedando en vergüenza, la estaba mirando como si no la volviera a ver jamás. Dio un paso hacia mí y extendió su mano para apuntarme, lo único que quería hacer era tomarla, pero luego reaccioné y volví a lo que me estaba diciendo, tal vez sí soy un poco intenso como mi padre…
Quería que construyera un par de ballestas especiales: hechas con madrea de las palmas de Jericó, untadas con aceite de Dragón Marino para sus flechas, creadas de hueso de Calamar Oscuro, que serían lanzadas por una cuerda muy fina —cuyo material haría explotar mi cabeza de complejos—, un cabello de Dragón de Quetzal muerto.
Esto último me hizo dudar, pero antes de mi pregunta sobre cómo lo conseguiría, sacó de su manto dos de ellos —uno para cada ballesta—, mencionando que eran de mi abuela, quien había fallecido en los brazos de Argue.
Pregunté si la volvería a ver —romantizando un poco el asunto— y solo me miró y contestó que no me hiciera ilusiones con aquello que era imposible. Y se fue.
No esperaba dormir después de eso. Fui a la biblioteca del castillo y saqué varios mapas. No sabía casi nada de Jericó hasta esa noche, una nación a la que era imposible entrar, pero luego me encontré con que en este majestuoso lugar había la madera de palmas suficiente para hacer las ballestas. Solo me faltaban dos ingredientes: el aceite de Dragón Marino y los huesos de Calamar Oscuro, dos temibles criaturas que solo se hallaban en el lugar más temido de todo Honora: Scelus, el Reino de Sombras.