Perdimos aproximadamente a quince seres de los refugiados, no me agrada la idea de perder a alguien, pero de no haber sido por nuestro entrenamiento y enfrentar las amenazas, habríamos perdido a más.
Lior y los guardias decidieron atar a mi papá aquella noche, ni siquiera intenté intervenir en ello. Dejé como encargados a mis guardias más cercanos y los cuatro: Lior, Ahava —mi hija—, Argue y yo, nos dirigimos a Altaligna con mi madre.
En todo el camino Argue no intentó librarse de las cadenas que traía, tampoco de comunicarse, desde que despertó solo miraba hacia abajo con arrepentimiento y, a veces, volteaba a ver a su nieta. Yo traté de no encontrarme con su mirada.
Cuando llegamos con mamá lo primero que hizo fue ver a su nieta con lágrimas y destellos de alegría. No habíamos podido avisarla de que la tendríamos, fue una agradable sorpresa saber que había nacido y que ahora estaba a salvo.
Luego de decirle que mi papá nos atacó con cazadores y después se deshizo de ellos, nos indicó que lo pusiéramos sentado en una cama de hojas, aun atado.
En silencio fue por materiales para quitar las vendas que le colocamos de improviso y luego curó sus heridas. Fue de abajo hacia arriba, siempre callada, mirando de vez en cuando a los ojos —ahora calmados— de Argue, que se llenaban de lágrimas poco a poco.
Estuvieron ahí un par de horas mientras Lior descansaba y yo cuidaba a Ahava. Me fui a asomar y eran tantas las heridas que apenas había acabado con los muslos. Conforme avanzaba le quitaba las cadenas, hasta que me di otra vuelta y los dos estaban sentados en la cama, frente a frente, aún en silencio, mirándose a los ojos.
Lior se levantó para cuidar a nuestro retoño y yo me fui a descansar. Cuando desperté escuché desde mi cama que papá y mamá estaban conversando. Había pasado todo el día y Lior y yo creímos que era el momento para entrar con ellos. Mi papá no supo cómo pedirnos perdón y rompió en llanto mientras mi mamá lo tomaba del ala.