Temporada #1 Entrega de un Corazón a las Montañas Norel

Diario #3

Me levanté aún mareado y contemplé a la criatura. No sé si saltó de algún árbol para caer y hacer temblar el piso o si simplemente asi se siente cuando camina, pero no me quedaría a descubrirlo.

Medía dos y medio… tal vez tres metros de altura. Sus ojos eran amarillos y su piel parecía alguna clase de corteza de madera gruesa que se extendía por sus seis extremidades, como una armadura que le protegía de los demás depredadores… me pregunto si hay algo más peligroso que esto en el bosque.

He escuchado que hay mantis como ésta en los desiertos de Terra, pero con el paso del tiempo los habitantes han logrado convivir con ellas e incluso montarlas. Pero aquí… aquí no hay nada a lo que se le pueda llamar civilización, ni si quiera al Rey Norel y a sus rocas gigantes.

¿Cómo se escapa de un bicho de este tamaño? En cualquier momento vendrá sobre mí y se dará cuenta de que no soy una simple estatua que lo observaba sin realizar movimientos esperando a que no me viera… aún con el brillo de la armadura.

Solo me quedaba correr. Esta vez no buscaba ramas sobre las que treparme sino troncos que pudieran estorbar su paso, era demasiado grande y tal vez lo dejaría atrás si me escondía en el suelo. Aún al perderlo de vista por unos segundos, el ruido de la armadura se aseguraba de atraerlo nuevamente.

Me perseguía furioso y parecía que en cada segundo estaba más determinado a atraparme. Me deslicé debajo de grandes troncos, pero los partía con brutalidad. Pasé entre raíces gruesas que estaban expuestas fuera de la tierra y por un momento logré perderme entre tanta hierba y la oscuridad.

Busqué el tronco más profundo y me sumergí entre enredaderas y telarañas para quedar invisible, miré atrás para observar en silencio si seguía mi rastro. Cuando creí estar a salvo y el ambiente parecía tranquilizarse, sentí una pequeña mordida en mi tobillo izquierdo, soporté el dolor para no hacer ruido. Los malditos dientecillos de león intentaron morderme y sus pequeños dientecillos resonaron en la armadura.

De pronto una de las patas de la mantis gigante irrumpió hasta el fondo de las raíces con las que me estaba cubriendo. Cuando la quitó dejó entrar la luz de la luna y había cientos de cabecitas de aquellas plantas tan molestas y protagonistas de tanto salvajismo.

—Sabía que no podían estar muy lejos…— les susurré.

Me levanté de inmediato y en cuanto me quité entró nuevamente la cuchilla de la mantis, perforando las raíces y aplastando muchas de aquellas criaturitas molestas.

Corrí por detrás del árbol que me cubría mientras la bestia se cenaba a las plantas carnívoras que podía atrapar y aun así muchas de ellas me siguieron. Sentí un par de mordidas que chocaron con la espalda de mi coraza y llamaron la atención del insecto gigante, quien me vio de lejos y continuó persiguiendo su presa principal: yo.

Por la distancia que tenía de ventaja, tuve unos segundos para observar mi alrededor y vi un agujero en una pared que parecía una cueva pequeña. Corrí sin mirar atrás. La mantis aún estaba bastante lejos, así que tuve un momento para caer al agujero sin lastimarme, pero no había nada con qué sostenerme así que rodé un par de metros más hasta que caí sobre una superficie húmeda, suave y fría.

No tenía idea de dónde estaba, pero primero me aseguré de haber perdido a mi cazador. Cuando hubo silencio me senté despacio y con mucho cuidado. Un par de segundos después hubo un estruendo y el lugar tembló por unos segundos por un ruido que se había escuchado a lo lejos.

En cuando respiré aliviado y lo di por perdido, hubo un derrumbe y el techo de la cueva se partió, a unos diez metros de mí cayó la mantis con tanta brutalidad que admito haberme dado por vencido, pero al abrirse el techo pude ver el lugar, y había al menos unos ochocientos huevecillos de… lo que sea que fuesen. La mantis me miró y al dar un paso hacia mí fue embestida por otra mantis mas grande todavía.

Sin pensarlo más de dos segundos aproveché la oportunidad para buscar la salida. Encontré una apertura que me llevaba de vuelta al bosque, pero un poco más lejos había una mochila con libros y trozos de tela rasgada que parecían los restos de un pantalón o una camisa, tenían sangre y no estaba seca todavía. Frente a aquello había un pequeño agujero en el que apenas cabía con todo y la armadura. Decidí entrar.

Evidentemente no puedo ver en la oscuridad. Soy un ser humano, no un agrante lunar. Así que sigilosamente recogí un cascarón de huevecillo húmedo, los restos de tela que encontré, una vara gruesa, un par de rocas y gateé hasta que ya no había luz reflejada de la luna. Después de un rato llegué a una parte del túnel donde había más espacio que en la entrada. Aún podía escuchar a los insectos colosales que seguían peleando a muerte.

Me senté, tomé la tela y la sujeté al palo, le embarré el cascarón y saqué chispas con las piedras hasta que cayeron en la antorcha y se encendió.

Pude caminar agachado un par de metros siguiendo las pisadas del otro sujeto. La antorcha ayudaba a que no me golpeara la cabeza con las rocas de la cueva, pero no podía ver mucho más allá. Ya estaba demasiado cansado.

Después de ver el sendero, coloqué la antorcha detrás de mí para intentar ver al otro tipo, su luz o lo que fuera… Si no estaba aquí entonces solo estaba perdiendo el tiempo, incluso con la posibilidad de perderme en la cueva; con tanta adrenalina y con tantas persecuciones, no estaba seguro de seguir el paso más lejos hacia otros peligros.

Ya ni si quiera sé por qué lo estoy siguiendo. Curiosidad quizás. Hacerlo me envolvió en toda esta situación tan complicada, en este bosque tan peligroso. Aún no amanece, no sé qué haya más allá de la cueva, no sé cuánto tiempo me vaya a durar la antorcha y si los leviatanes de allá afuera se terminen matando entre ellos o si tenga que escabullirme de alguno en la mañana.

Así que me aseguré de que no hubiera ningún peligro, busqué una parte de la cueva que fuese adecuada para clavar la antorcha al suelo, abrir estos diarios y registrar todo lo sucedido. En la mañana tendré más fuerzas, mejores ideas y nuevas ganas de sobrevivir.

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Estoy despertando de un largo sueño que solo pudo verse afectado por la incomodidad de las piedras del suelo, pero la capucha que encontré en los árboles y la mochila que estaba afuera de esta cueva me sirvieron de cama y de almohada. Tenía noches que no dormía así de bien.

Definitivamente es de día, no sé qué hora sea —ni me pregunten— pero sé que es de día porque no está oscuro, a pesar de que la antorcha ya se apagó puedo ver algunas rocas si enfoco mucho la vista y una luz lejana al otro extremo de la cueva. En la noche caminé más de lo que parecía porque del camino de dónde vengo no se ve absolutamente nada, pero del otro lado sí que puedo ver una salida.

Camino lento y con cuidado para no tropezarme, duele cada centímetro de mis piernas y brazos luego de las interminables persecuciones de ayer. Ahora llevo dos mochilas, la mía y la que encontré antes de entrar. Me puse la capucha por si tengo que ocultarme de alguna otra criatura.

Esa fue la noche más peligrosa de mi vida hasta ahora, debo ser más inteligente y no meterme en situaciones que no me corresponden. Aunque seamos honestos, la dirección de las huellas no me desviaba de mi propio camino y también habría sido interesante descubrir las intenciones del otro que se atrevió a entrar a estos bosques.

Ahora ya no me interesa. Saldré de la cueva y caminaré a la Punta Luciérnica para dejar atrás este infierno… mágico y hermoso… pero un infierno definitivamente.

Camino un poco y la salida no parece acercarse. Eso no fue sorpresa. Lo que comienza a llamar mi atención son unas marcas que brillan en las paredes de la cueva. Tenían diferentes figuras, parecían formar parte de algún idioma antiguo, incluso se asemejaban a los escritos antiguos de los agrantes lunares.

Y tiene todo el sentido del mundo. Los agrantes y otras especies habitaron estos bosques antes de que al Rey Estelar se le ocurriera la maravillosa idea de usar la Montaña Norel como la puerta trasera de su reino. Tantas familias que fueron desterradas sin si quiera preguntarles…

Verás, esa es parte de la gran controversia de Starfelox, “la gran nación de los cometas”. Es cierto que pertenecer al Reino de los Cometas ha tenido muchos beneficios a lo largo de la historia, como tener recursos especiales que benefician las siembras de nuestras tierras, o conocimiento superior que nos ha aportado valor en tantas áreas de la región…

Sin embargo, también tomaron decisiones que, en su soberana forma de reinar, está claro que no les importa más allá de su divinidad e intereses personales. Los agrantes lunares me enseñaron a estudiar las estrellas y a aprovechar cada una de sus características, pero bien podríamos sobrevivir sin toda aquella ayuda que siempre nos ha costado un alto precio.